ABSTRACT
Con la presentación de este trabajo, pretendemos demostrar que durante el siglo XIX, el territorio de la actual provincia de Neuquén, fue el escenario propicio para que guerrilleros, capitanes de amigos, bandidos y hacendados chilenos, en colaboración con indígenas mapuches y pehuenches, impulsaran desde aquí, una intensa actividad malonera. El análisis se inicia durante el desarrollo de la guerra a muerte, cuando las montoneras realistas se instalaron al este de la cordillera, bajo la conducción de los hermanos Pincheira, quienes fueron capaces de organizar a grupos muy heterogéneos, que ideológicamente actuaban en nombre del rey de España. Malones, saqueos, pillaje y ataques a pueblos y haciendas a ambos lados de los Andes, fueron los métodos utilizados por la guerrilla contrarrevolucionaria. La desaparición de la resistencia realista en 1832, al ser vencido el último de los Pincheira, no significó la finalización de los malones sobre territorio argentino, que se prolongaron hasta bien avanzado el siglo XIX.
Un sumario realizado en Mendoza en 1846 a un capitán chileno, nos permitirá analizar la compleja trama de relaciones entre los diversos actores sociales en la frontera surandina. Personajes enquistados en las filas del ejército chileno serán los encargados, a partir de la década del cuarenta, de organizar y controlar a las tribus indígenas de ambos lados de la cordillera, para el robo y captura de miles de cabezas de ganado pertenecientes a las provincias de la confederación argentina.
LA RESISTENCIA DE LA GUERRILLA CONTRARREVOLUCIONARIA
Durante las primeras décadas de la etapa republicana, en lo que hoy es la actual provincia de Neuquén, se produjeron interesantes cambios provocados por las guerras de la independencia. Los acontecimientos ocurridos en Chile, a partir de los primeros años del movimiento emancipador, tuvieron sin duda una amplia repercusión, no sólo sobre las tribus de Araucanía, sino también sobre los indígenas neuquinos y mendocinos e incluso sus ecos alcanzaron a varias de las provincias argentinas.
Si bien las fuerzas realistas de Chile habían sido vencidas en la batalla de Maipú en 1818, éstas no quedaron totalmente desarticuladas, y en poco tiempo, al replegarse hacia el sur, lograron reorganizarse y fortalecerse presentando una resistencia armada, que comenzó a actuar en nombre del rey de España (Mackenna, 1972 [1868]: 3-46).
Este grupo de oposición al nuevo orden, respaldado por el virrey del Perú, intentaba restaurar la monarquía en tierras chilenas. Utilizando métodos propios de la guerrilla, estos montoneros fronterizos, organizaron asaltos, saqueos, incendios y malones, produciendo duros y violentos enfrentamientos que la historiografía trasandina del siglo pasado denominó la guerra a muerte2 (Varela-Manara, 1999: 1-27).
El chileno Vicente Benavidez, convertido en el jefe de la resistencia, contó con la colaboración de militares españoles y la inestimable participación de las tribus mapuches, quienes les brindaron la seguridad de sus tierras al sur del Bio Bio. Desaparecido su principal caudillo en manos del ejército patriota del sur, los restos de las fuerzas rebeldes, que todavía contaban entre sus filas con algunos jefes españoles3, trasladaron sus centros de operaciones para mayor resguardo al este de la cordillera. Allí se refugiaron, poniéndose bajo la protección de los cuatro hermanos Pincheira4, cabecillas realistas de la primer hora y continuadores de la guerrilla en nombre del rey.
LA ETAPA PINCHEIRINA
En territorio argentino la alianza con las tribus pehuenches del este de la cordillera, les posibilitó asentarse en las inmejorables tierras de las Lagunas de Epulafquen y Varvarco en el norte de Neuquén, estableciendo además, puestos de avanzada en el sur de Mendoza5 y también en la Pampa6.
Estas fuerzas pincheirinas, de composición muy heterogénea, estuvieron conformadas por todos aquellos que por diversos motivos habían decidido resistir las ideas emancipadoras y fervorosamente pretendían mantener algunas prebendas de la etapa colonial. Así chilenos, españoles, mestizos e indios de uno y otro lado de la cordillera conformaron un grupo de oposición, dispuestos a resistir la política de Santiago. Militares, hacendados, curas, campesinos empobrecidos, soldados desertores del ejército patrio, bandidos y hombres fuera de la ley, incluidas las madres y esposas de los activistas, más numerosas tribus indígenas, integraron las filas de las montoneras o prestaron su colaboración en la medida de sus posibilidades (Varela y Manara, 1998: 171-189).
Entre 1825 y 1832, fecha en la que fue vencido el último de los Pincheira por el general Bulnes 7, los montoneros desataron las temidas guerrillas y malones organizados contra fuertes, haciendas, poblados y ciudades de ambos lados de la cordillera. Las distancias no significaban obstáculo alguno para las huestes pincheirinas, mientras lograran una redituable captura de animales, bienes y cautivos. Cuando la situación se tornaba adversa del lado chileno, las fronteras de Mendoza, San Luis, Santa Fe, Córdoba y la pampa bonaerense, incluidas Bahía Blanca y Carmen de Patagones, sufrían el impacto de la violencia de los ataques, provocando una gran inseguridad de la población.
Los ganados obtenidos en cada malón, permitían cubrir las necesidades alimenticias de hombres y mujeres establecidos en los refugios pincheirinos. Por los partes militares de la época, conocemos acerca de la organización de los asentamientos de la resistencia en el norte de Neuquén, especialmente el levantado a orillas del río Varvarco (Barros Arana, 1884: 116-117). Se asemejaba en mucho a una aldea, en la que residían varios miles de habitantes, conformada principalmente por familias chilenas que habían llegado por decisión propia, más las mujeres y niños cautivados en los malones, a los que se sumaban todos aquellos perseguidos políticos, delincuentes, desertores del ejército chileno, desesperados y hambreados que no tenían cabida dentro del nuevo orden republicano y necesitaban de la protección del caudillo Pincheira para sobrevivir. Si la empresa había resultado exitosa y el número de ganado podía contarse por miles de cabezas, lograban un buen excedente que les permitía comercializar con las plazas chilenas para aprovisionarse. Gran parte del ganado era demandado por los hacendados trasandinos, simpatizantes de los grupos de resistencia, quienes se encargaban a cambio de conseguir armas y municiones, que los guerrilleros por su condición no podían adquirir libremente (Contador Valenzuela, 1989: 176). Sabemos por ejemplo, que varias miles de cabeza de ganado vacuno iban a parar a la hacienda "El Roble Huacho", de propiedad de don Manuel Vallejos, protector de los Pincheira y fervoroso realista, de cuyos campos se remitían buena cantidad a los centros principales de comercialización ( Maza, 1990: 121). Así el espacio neuquino continuó siendo el escenario, como venía ocurriendo desde la etapa colonial, de engorde y tránsito de animales provenientes de la pampa húmeda con destino final a los mercados chilenos. Claro está que en esta etapa, además de las comunidades indígenas, participaban también los grupos pincheirinos, con los que durante una década compartieron no sólo las tierras, sino también los ataques organizados a uno y otro lado de la cordillera andina.
EL INICIO DE UNA NUEVA ETAPA
Vencido el último de los Pincheira, ya no quedaban en Neuquén caudillos del prestigio de Pablo o José Antonio, sin embargo varios de sus antiguos secuaces de una forma u otra, seguían ejerciendo cierta influencia sobre las tribus del este de los Andes, provocando además serios inconvenientes sobre las provincias argentina como lo enunciaremos más adelante. Tal es el caso de José Antonio Zúñiga, cacique araucano chileno8 que actuó al este de la cordillera, formando parte de la resistencia realista (Hux,1992: 185), como uno de los mejores oficiales de José Antonio Pincheira. Sin embargo, cuando su jefe, en 1831 firmó el tratado del Carrizal con el gobierno de Mendoza e impidió a sus seguidores la organización de nuevos malones, Zúñiga junto a otros integrantes de las montoneras, desertaron, alejándose del campamento pincheirino de Neuquén. El gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas que para entonces trabajaba arduamente para neutralizar las fuerzas de Pincheira, logró captarlo ofreciéndole un tratado de paz y la posibilidad de residir en las Salinas Grandes (Hux, 1992: 185). Más tarde negoció también con el gobierno chileno y fue justamente el entregador del último de los jefes de la resistencia.
A partir de entonces, José Antonio Zúñiga, protegido y colaborador del general Manuel Bulnes en Chile, fue premiado por las autoridades del país trasandino con el nombramiento de Comandante y Comisario de Frontera9 , encargado de todas las tribus de indios aliados al gobierno chileno. El nombramiento de estos personajes, que ejercían funciones de enlace entre las tribus y las autoridades hispano-criollas, tiene sus raíces en la etapa colonial y por su eficacia fue mantenida en las primeras décadas de la república. Los llamados Comisarios de Naciones, Capitanes de Amigos y Tenientes de Indios, operaron como árbitros para la resolución de conflictos al interior de las tribus o como intermediarios entre la sociedad blanca y la india (Villalobos,1982: 183-184). Desde su puesto de privilegio, Zúñiga tenía gran ascendiente sobre los caciques de ambos lados de la cordillera, a quienes aconsejaba y organizaba para realizar ataques y robos de haciendas a la confederación argentina.
Otros de los personajes que en la década del cuarenta tuvo influencia sobre algunos caciques del norte neuquino, como Purrán y Cristano, fue el el capitán Domingo Salvo (Anales, 1941: 473), otro ex pincheirino a cargo del fuerte de Santa Bárbara (Bengoa, 1985: 191). Desde allí alentaba a los indígenas a participar en numerosas entradas de pillaje y robo a las pampas argentinas. Además capitaneaba un grupo de cristianos que comerciaban en las tolderías del unitario Baigorria10 con el que mantenía una buena amistad y del cual obtenía abundante ganado que ubicaba en el mercado trasandino.
Según las fuentes de la época, tanto Zúñiga como Salvo se disputaban el control sobre los diferentes grupos indígenas, tratando de sacar los mayores beneficios en favor de sus propios intereses personales: "...pues Zúñiga no gobierna los de Salvo, ni Salvo los de Zúñiga". (Anales, 1941: 464).
La realización de un sumario levantado en la ciudad de Mendoza en 1847, al capitán de amigos José María Surita, enviado a esa provincia desde Chile, por el Comisario General de indios José Antonio Zúñiga y la declaración de varios testigos entre cristianos e indios, arrojan un poco de luz sobre lo acontecido en aquél entonces. La presencia de Surita en la provincia cuyana y la posibilidad de que sedujera a toda la indiada del sur "para que no tengan paz con Mendoza", preocupó a las autoridades mendocinas, motivo por el cual decidieron tomarlo prisionero e investigar (Anales, 1941: 464)..
De las contestaciones de cada uno de los exponentes se pueden sacar algunas conclusiones que permiten reconstruir los sucesos de aquellos años, no sólo en la provincia cuyana, sino también en Neuquén. El fácil tránsito de personas y arreos por los bajos pasos cordilleranos, las buenas pasturas para el engorde de las haciendas y sobre todo la ausencia de fortines y de autoridades blancas, convirtieron al territorio neuquino en el espacio codiciado para la comunicación entre ambas vertientes de los Andes. De allí que no resulte sorprendente que, para la década del cuarenta, algunos individuos con grado militar, dependientes del gobierno chileno y con gran ascendiente sobre las tribus indígenas de ambos lados de los Andes, como Zúñiga y Salvo, trataran con variadas estratregias, captar el apoyo y amistad de los caciques, para eliminar todo obstáculo en sus correrías sobre territorio argentino.
Sin lugar a dudas el exterminio de las fuerzas pincheirinas no había terminado con el saqueo y robo de haciendas, ya que el arreo de miles de cabezas de ganado seguían saliendo ilegalmente hacia Chile.
INVASIONES MALOQUERAS A LAS PAMPAS
Del análisis de la causa contra el lenguaraz y capitán chileno Surita, se desprende la gran preocupación que tenían en 1847 las autoridades de Mendoza, al tomar conocimiento de la celebración de un parlamento general organizado por Zúñiga en el paraje denominado Angol, donde se reunieron cerca de tres mil indios de pelea, encabezados por sus correspondientes caciques. Por uno de los declarantes11 conocemos los probables términos de la arenga que en esa oportunidad hiciera el cacique chileno:
"Que cada día los cristianos iban estrechándolos con las poblaciones de estancias y quitándoles a los indios sus campos, dueños naturales de ellos, y que era llegado el caso no sólo de contener ese abuso sino también de hacerles retirar sus haciendas para que la llevasen a criar a sus potreros...; por que descendiendo de la raza de los Araucanos y habiendo sido su padre Alcapán, cacique principal de la costa de Chiloé, el que había combatido con los cristianos por la defensa de su territorio, conservaba los mismos sentimientos de su padre y les tenía aquel afecto natural por la sangre que había heredado y le corría por las venas, y abrigaba el mismo odio que tuvieron sus antepasados a los cristianos" (Anales, 1941: 468).
No podemos asegurar que éste haya sido el motivo de discusión por cuanto los caciques de Araucanía aún tenían buenas relaciones con los hacendados chilenos, potenciales compradores de las haciendas robadas12. Los pehuenches de Neuquén, que también participaron del parlamento e integraron las expediciones maloqueras, tampoco tenían problemas de ese tipo, por cuanto la colonización aún no había llegado al este de la cordillera, y por lo tanto no veían afectadas sus tierras por el avance de los blancos (Bengoa, 1985: 192). El trasfondo seguramente debió ser otro.
Después de esa arenga, Zúñiga habría obtenido el consentimiento de los caciques, para sacar dos mil indios de pelea, con el propósito de organizar una invasión. Se asentarían en el paraje del cerro Auca Mahuida, localizado entre los ríos Neuquén y Colorado, con el objeto de pedir al gobierno de Mendoza y Buenos Aires haciendas vacunas y caballares. Si había una negativa por parte de ellos, invadirían las provincias argentinas y sacarían el ganado por la fuerza de las armas; si se las concedían, estaban dispuestos a ayudar a las autoridades para atacar al "vándalo Baigorria" como muestra de agradecimiento13. Según el imputado Surita, el gobierno de Buenos Aires habría propuesto a Zúñiga una recompensa de mil caballos y otros regalos si destruían a Baigorria (Anales,1941: 481). No sabemos si esa comunicación existió, pero era evidente que desde el año anterior los indios chilenos estaban haciendo preparativos de guerra con la intención de pasar al este cordillerano, con la intención probablemente de dar un malón, ya que resulta poco probable pensar, que tanto el gobierno bonaerense como el mendocinos aceptaran una petición de este tipo.
Para el indígena Juan Ignacio Paillalaf14, otro de los interrogados en la causa, el objetivo del parlamento, era vengar las muertes que les había dado a unos indios chilenos asentados en las pampas, el cacique Calfucurá y sus seguidores, aliados del gobierno de Buenos Aires, durante una invasión que habían hecho a esa provincia. Venganza, saqueo de haciendas o acuerdo con Buenos Aires para obtener regalos y recompensas, eran las posibles motivaciones que podían alentar a los indígenas de Chile para organizar una salida allende los Andes. Paillalaf aseguraba que durante el tiempo que había estado comerciando con los indios de Chile, había observado los preparativos, calculando que la invasión se produciría en el invierno de ese mismo año bajo la dirección del rico cacique hulliche Currugüinea [Curru Huinca], uno de los jefes principales (Hux,1992: 88), quién estaba muy entusiasmado en llevar a cabo la empresa por los consejos de Zúñiga (Anales,1941: 483).
Esta posible invasión, no era la única preocupación de las autoridades de Mendoza y Buenos Aires, puesto que otras intervenciones de Zúñiga complicaban las relaciones con los indígenas amigos del sur de Mendoza y norte de Neuquén. Las autoridades mendocinas habían logrado atraer buena parte de los indígenas de la frontera sur con tratados de paz, tal como ocurrió con el Cacique Gobernador de los pehuenches de Mendoza Guzmané, quién había ofrecido su amistad y colaboración. Como muestra de ello, controlaba la seguridad de la frontera e impedía el paso de cualquier intruso que llegara sin credenciales desde Chile o intentara pasar ganado al occidente cordillerano. Lamentablemente el gobierno mendocino perdió este importante aliado, cuando por desacuerdos intertribales, Guzmané fue muerto por los cacique Purrán, Cristiano y Ayllal. Nunca las autoridades pudieron conocer las causas de esta muerte, aunque no sería de extrañar que tanto Zúñiga como Salvo hayan tenido algo que ver con el suceso. Justamente la venida de Surita a tierras mendocinas que causara su detención, se debía a la orden dada por Zúñiga de atraer a los caciques aliados de Mendoza como Ayllal, Yaupi, Tori, Cristiano, Coliné15, Llefinir, Yancañi, Caspi, Melillán, Currián y Pichimán, para que fuesen a Chile a recibir sueldos de la república trasandina. Alejándolos de las buenas relaciones con el gobierno cuyano y atrayéndolos a su causa, Zúñiga se aseguraba eliminar los inconvenientes que se le presentaran en su tránsito por las fronteras de estas provincias, como había ocurrido en la época de Guzmané.
Una de las preguntas que se repite en el expediente y en la que coincidieron la mayoría de los interrogados, tenía que ver con la presunción de que las autoridades chilenas, estaba en conocimiento de que varias tribus amigas de indios moluches, bajo el mando del Comisario Zúñiga, venían a robar ganado a la República Argentina, con el consentimiento de aquel gobierno. Por las respuestas quedaba en claro que varios caciques aliados de Chile, como Clapi, Mariguán [Mariluán] Quemputrur y Curiñán pasaban la cordillera para robar haciendas, con las que luego regresaban a sus tierras, vendiéndolas en los fuertes de San Carlos, Santa Juana, Nacimiento, San Carlos, Santa Bárbara y los Angeles16, donde las ofrecían a los comerciantes17 del lugar o se las confiaban a Zúñiga pagándole una comisión18. Otras veces los mismos comerciantes entraban a las tolderías, donde celebraban los conchavos, intercambiando añil, harina, bayeta, frenos y otros efectos por animales. Todos los compradores de ganado sabían que eran robados en las provincias argentinas ya que tenían las marcas de sus propietarios, diferenciándose claramente de los que han criado los indios que "son orejanos de marca y señal" (Anales, 1941: 483).
El cacique Cristiano testificó que en una oportunidad que había traído un arreo de las pampas, al llegar a Chile vendió una parte de los animales a Don Juan Tagles, socio del presidente Bulnes en la estancia del paraje las Canteras.
Generalmente, los indios que iban a robar a las provincias argentinas se reunían con los del unitario Baigorria en tierras ranquel y encabezados por éste y el cacique Pichún realizaban incursiones en las haciendas de varias provincias para regresar luego a la cordillera con el rico botín.
También el capitán Domingo Salvo tenía tratos con Baigorria, enviando indios chilenos y algunos cristianos al servicio del gobierno trasandino para negociar en su campamento con vino, aguardiente, ropa, lanzas y pólvora por ganado vacuno, caballar y mular19 . El mismo capitán Salvo en pago de algunos favores le habría enviado una carga de municiones de guerra y algunos otros regalos20. De esta manera las provincias de la confederación estaban a merced del ataque de grupos organizados desde Chile por individuos pertenecientes a la estructura del ejército, con la participación de tribus de la Araucanía a las que se sumaban cordilleranas y pampinas.
Para mediados del XIX, el saqueo, la circulación y finalmente la comercialización de los arreos, en manos de indígenas y grupos de bandidos cristianos, dinamizaba la economía de la frontera surandina perfectamente articulada a las demandas del mercado del Pacífico. Para esta época comerciantes y hacendados chilenos, no sólo tenían tratos comerciales con algunas tribus, sino muchos de ellos arrendaban potreros en el norte de Neuquén y sur de Mendoza, invernando miles de cabezas de ganado, que en oportunidades eran cuidados por los mismos indígenas y en otras por personal armado proveniente de Chile (Debener, 1999: 13-16).
A la llegada de las fuerzas expedicionarias de la 4ta. División al norte de Neuquén en 1881, existían dos establecimientos chilenos de cierta envergadura. Uno de ellos estaba ubicado en las lagunas de Epulafquen y su propietario, vecino de Chillán, era el inglés Enrique Price o Pray. Este hacendado, que contaba con un buen número de campesinos y pastores, había levantado amplios edificios en el lugar y sus potreros se caracterizaban por estar cercados con madera labrada. La presencia de cepos e instrumentos de tortura en el lugar, evidenciaban la crudeza de las relaciones laborales de aquellos tiempos. El otro, localizado en Varvarco, pertenecía al hacendado chileno Méndez Urrejola, contaba con una fuerza armada de 380 hombres y 100 campesinos que le levantaban las cosechas (Olascoaga, 1974: 368-369). Estos hacendados que arrendaban tierras a los caciques pehuenches, subarrendaban a su vez a otros pobladores chilenos, llegando a concentrarse en Varvarco una población de por lo menos 600 personas (Varela y Biset, 1993: 91).
El desplazamiento de numerosas familias chilenas al este de la cordillera buscando nuevas oportunidades, ofreciéndose algunos de ellos como mano de obra en las haciendas, provocó la formación de pequeños caseríos llamados "chilecitos" (Encina, 1959: 259). Los habitantes de estos asentamientos mantenían estrecha relación con su tierra de origen y reconocían generalmente como autoridades a las del país trasandino. No sólo mantenían buenas relaciones con los indígenas del lugar, sino que la mayor parte de ellos participaban en las correrías que se hacían sobre las fronteras, para luego comerciar el producto de los malones en el mercado chileno (Olascoaga, 1974: 369).
Sin lugar a dudas, desde la etapa de la guerra a muerte hasta la campaña militar de 1879, Neuquén fue el espacio propicio para la práctica malonera que, guerrilleros, bandidos comunes, capitanes de amigos y hacendados chilenos en colaboración con algunos caciques y sus conas, organizaran a las estancias y poblados de la frontera pampeana y cuyana, con la finalidad de apropiarse de haciendas vacunas, caballares y lanares. Las demandas de ganaderos y comerciantes chilenos les aseguraba a los maloneros una fácil colocación de los arreos con destino final al valle central, a las haciendas fronterizas de Concepción o a los puertos de Talcahuano y Valdivia, por donde se exportaban derivados como cueros, sebo,, cordobanes y carne salada. La magnitud de este comercio, llamaría la atención de dirigentes argentinos como Juan Manuel de Rosas primero y Julio Argentino Roca después, para llevar las fronteras hasta el Río Negro, con la intención de cortar
"el comercio ilícito, que desde tiempo inmemorial hacen con las haciendas robadas por los indios, las provincias del sur de Chile, Talca, Maule, Linares, Ñuble, Concepción, Arauco y Valdivia"
( Olascoaga, 1974 [1930]: 76).
La actividad malonera lesionaba directamente los intereses de los hacendados de la pampa húmeda, sector productivo del país ligado al comercio internacional. La necesidad de suministrar materias primas a los países industrializados dentro de la división internacional del trabajo aceleró los objetivos del Estado para extender y consolidar el avance de la frontera sur. Desarticular el tráfico ganadero hacia Chile y ocupar las tierras del indio aún no sometidas a la soberanía nacional, fueron los móviles que llevaron a la concreción de la ocupación militar del territorio pampeano y norpatagónico, para asegurar el éxito de la economía exportadora. Con la campaña militar del general Roca, el Estado Nacional logró desalojar, exterminar y someter a los indígenas sobrevivientes, ocupando definitivamente las tierras del triángulo neuquino. La instalación de fortines, la organización político- administrativa con el nombramiento de las primeras autoridades nacionales y la desestructuración de las sociedades indígenas que hasta ese momento habían aperado como intermediarias con la sociedad trasandina, produjeron el corte definitivo de las redes del intenso tráfico ganadero que, proveniente de Argentina, era colocado en el mercado chileno.
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NOTAS
1 Docente e Investigadora del Departamento de Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional del Comahue.
2 Tal denominación fue popularizada por el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, en su obra "La Guerra a Muerte".
3 Es el caso del coronel español Sinosiaín quién, después de actuar en la guerra a muerte en Chile, colaboró con José Antonio
Pincheira organizando las fuerzas militares al este de la cordillera.
4 De origen chileno, los cuatro hermanos Pincheira fueron activos partícipes del bando realista desde la batalla de Chacabuco. Antonio, el mayor de todos, fue el fundador de una banda de 300 hombres adiestrados para la guerrilla, con residencia en el malal de Roble Huacho en la cordillera chilena. Le sucedió por poco tiempo su hermano Santos, quién a su vez fue reemplazado por Pablo, el más temido de los cuatro, según las crónicas militares. El último, José Antonio continuó la guerrilla desde los refugios neuquinos, mendocinos y pampeanos, hasta 1.832 en que fuera derrotado.
5 Localizado en el paraje de Girones, entre los ríos Atuel y Salado.
6 Situado en el paraje Chicalco en la Pampa.
7 Varias campañas contra los asentamientos de los Pincheira se habían organizado desde Chile, siendo la más importante la del general Borgoño de 1826. Si bien llegó al corazón del refugio realista, no consiguió capturar a los cabecillas. Finalmente en el año 1832, el general chileno Manuel Bulnes logró desarticular a las hustes montoneras en Neuquén. Si bien Juan Antonio Pincheira logró escapar, desalentado a causa de la deserción de sus principales colaboradores, que se habían acogido al indulto ofrecido por el gobierno de Chile, finalmente se entregó.
8 Según el historiador chileno, Tomás Guevara, Juan Antonio Zúñiga había nacido en tierras de Arauco y pertenecía a una familia española. Para otros era hijo del cacique Alcapan
9 En los documentos de la época se lo nombra con diferentes grados militares: Capitán de amigos, Sargento Mayor y Comisario General de indios.
10 Manuel Baigorria ex-soldado del general Paz, se refugió entre los ranqueles, tradicionales enemigos de Rosas. Fue considerado como un cacique entre los indios de las pampas.
11 El declarante era Juan Seguel, alférez de línea del Ejército de la provincia de Mendoza e intérprete de los indios aliados. El año anterior había sido enviado a estrechar buenas relaciones con el cacique amigo Guzmané.
12 Para el historiador chileno Jorge Pinto Rodríguez, a partir de los años 50, comenzó el proceso de ocupación de las tierras indígenas y ya para el 60, los mapuches protestaban por los abusos de particulares y autoridades del gobierno.
13 Declaración del cacique Cristiano en la ciudad de Mendoza el 14 de febrero de 1947, Fs.512.
14 Juan Ignacio Paillalaf, natural de la República Argentina nacido al pie de la cordillera de los Andes, era sobrino del cacique Yaupi y tenía como ocupación ordinaria, comerciar con los indios chilenos, sirviendo entre éstos y los cristianos que entraban con el mismo propósito, como intérprete.
15 Los primeros cinco nombres de caciques fueron proporcionados por el acusado Surita, los restantes por el testigo Pichimán.
16 Los nombres de los lugares de conchavo o intercambio se tomaron de las declaraciones del Cacique Cristiano y de Surita.
17 Uno de los comerciantes más conocidos que realizaba trato con los indios, era un tal Vicente Roa según los testimonios del cacique Cristiano, Fs 512.
18 Dato tomado de la declaración de Juan Ignacio Paillalaf.
19 Información proporcionada por Vicente Lucero, cautivo de San Luis que había fugado del campamento de Baigorria, en ocasión de la invasión que este caudillo hiciera sobre Rojas. Fs. 527 del sumario de Surita.
20 Datos obtenidos de las declaraciones del los alférez Juan Seguel y Gregorio Domínguez.
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