El bandolerismo en el Tucumán colonial. una aproximación.

 

Laura Horlent1

Resumen

El presente trabajo aborda el problema del bandolerismo en la época colonial y se basa en el análisis de expedientes judiciales tramitados en la ciudad de Tucumán entre 1750 y 1810. Se describen las características de los bandoleros y se analiza el tipo de amenaza que representaron estas personas para la elite tucumana.

¿Qué significaba ser bandolero en la época colonial? ¿Una actividad delictiva? ¿Una forma de vida? ¿Una categoría de personas? Se trataba, en realidad, de un poco de cada cosa. En la palabra bandolero -o en su equivalente: salteador de caminos- se condensaron una serie de fenómenos y de relaciones sociales bastante compleja. El rasgo sobresaliente del bandolero -más que el de cometer un delito en particular- era el de aparecer como una clase de delincuente que, a diferencia de otros ladrones, amenazaba gravemente la seguridad pública. El bandolero representaba un peligro, era algo así como el paradigma o la quintaesencia del delincuente.

El historiador Guha (1994), que estudió este fenómeno en la India, (porque como señalara Hobsbawm (1976) los bandoleros han tenido, y aun tienen en ciertas regiones, una existencia prácticamente universal) destacaba que la palabra bandolerismo no designa un acto determinado sino que es más bien una etiqueta para un conjunto de actos. Como tal suele ser utilizada, por ejemplo por el Estado, para "marcar" comportamientos desafiantes de las "clases peligrosas" de una sociedad y quitarles legitimidad. Hay que estar atentos, entonces, a los usos de la palabra bandolero y a sus circunstancias de aplicación sin hacerle corresponder necesariamente determinadas acciones . No es el único aspecto del fenómeno. También se ha dado el caso de que el mote de bandolero sea resignificado por quien lo asume o por su entorno como un indicador de valentía o de rebeldía contra el orden vigente. La identificación y apoyo de los campesinos a ciertos bandoleros en los que veían encarnarse una forma de resistencia frente a la opresión es lo que permitió hablar de bandolerismo social. Y es la base también de una cantidad enorme de leyendas y mitos, al estilo Robin Hood, en todas partes del mundo. Es este juego de sentidos es el que hace tan interesante al estudio del bandolerismo.

Cuando revisamos archivos judiciales -una de las pocas fuentes con que contamos para estudiar bandoleros coloniales- es especialmente la primera cuestión la que se plantea, es decir, aquella relacionada con la etiqueta que el Estado impone a ciertos grupos. No olvidemos que los expedientes judiciales reflejan la posición del Estado y, de manera más significativa e inmediata, los intereses de las elites locales cuyos miembros ocupan todos los cargos del Cabildo. Es difícil, aunque no imposible, saber a través de este tipo de fuente qué pensaban los bandoleros de sí mismos y de su situación y, todavía más difícil, saber qué pensaban sus paisanos. Pero, en cambio, tenemos abundantes detalles sobre los sentimientos y reacciones que suscitaban entre funcionarios y vecinos influyentes.

Veamos los archivos de la ciudad de San Miguel de Tucumán hacia fines de la colonia. ¿Cómo se define allí al bandolero? Según sus contemporáneos, es decir, para quienes los denuncian, un bandolero es un "ladrón de pública voz y fama" que roba "toda especie de ganados", "bagamundo y hocioso", "cuio bibir es en los montes". Además de esto es "robador de mujeres solteras y casadas" y "no oye misa ni se confiesa". También es jugador, bebedor y puede llegar a ser hechicero. Suele cometer asaltos "acompañándose con otros de su misma condición". Este conjunto de rasgos, tomado de diferentes expedientes criminales, se repite en la descripción de cada bandolero particular.

Como se puede ver es más un compendio de rasgos antisociales que un delito concreto. Muchas veces no hay relación entre el tenor de los calificativos empleados y la magnitud del delito que ocasiona el expediente. Tal es el caso de, por ejemplo, denuncias por robo de dos caballos o de una oveja y un caballo. En otros casos los episodios son lo suficientemente violentos para justificar los epítetos: no hace falta recordar que heridas y muertes acompañan muchas veces los asaltos de los bandoleros. 

Si desglosamos un poco más esta descripción podremos observar algunos rasgos de la vida colonial y comprender mejor qué es lo que se teme en la figura del bandolero. Se los acusaba de robar "todo tipo de ganados". El ganado, tanto caballar como mular, era uno de los principales bienes en la economía colonial y ocasionó un tráfico comercial notable entre el Alto Perú y el Litoral. Por los caminos del virreinato circulaban miles de animales destinados a cubrir las demandas del mercado potosino. Tanto el caballo como la mula eran valiosos, de mucha demanda, fáciles de transportar y rápidamente vendibles. El robo de ganado fue, entonces, una de las principales actividades delictivas tanto de bandoleros como de otros delincuentes, e incluso de vecinos bien posicionados que no mostraban empacho en comprar animales robados o participar en negocios poco claros. Hacemos esta distinción porque lo que define al bandolero no es tanto el robo en sí mismo sino estos otros rasgos que lo acompañan. 

En primer lugar el de ser "bagamundos y ociosos" que se traduce como no estar conchabado con un patrón conocido. Recordemos que en la jurisdicción de Tucumán, así como en otros lugares del virreinato, se implementó el régimen del "conchabo" obligatorio con el objetivo de asegurar a los hacendados la provisión de mano de obra y, a la vez, establecer un control sobre una población que ya no se encuadraba en las instituciones tradicionales. Las primeras reglamentaciones aparecen en ordenanzas de 1760 y se van haciendo progresivamente más rigurosas. Indicaban que toda persona que no tuviera bienes raíces u oficio reconocido debía buscar amo o patrón para conchabarse por un salario. Aquel que fuera propietario, arrendero o agregado debía contar con al menos cien vacas y cincuenta ovejas propias para escapar a la normativa. El cumplimiento de estas reglamentaciones se controlaba con la presentación del "papel firmado del Amo o del Artesano" sin el cual cualquier persona quedaba sujeta a los castigos previstos por la ley (multas, prisión, azotes, trabajos en las obras públicas o en los presidios de frontera)2. A partir de la creación del virreinato del Río de la Plata se intensificaron las medidas. Se dispuso la presencia de nuevas autoridades en el ámbito rural, los jueces de campaña o jueces pedáneos, y se extendió la medida del conchabo obligatorio a las mujeres. De esta manera quedaba fuera de la ley una proporción considerable de la población. En qué medida se cumplieron estas disposiciones es todavía materia de discusión pero lo cierto es que otorgaba a la justicia un amplio instrumento para perseguir a casi cualquiera de los habitantes de las campañas. 

En segundo lugar está el "bibir en los montes" que alude a esas áreas cerradas e impenetrables que constituyeron los bosques que cubrían la región de Tucumán y de Santiago del Estero. Lejos de los parajes conocidos y transitados a donde llegan las autoridades, tiene la connotación de lugar fuera de la sociedad civilizada. 

Todos los salteadores eran acusados de ser "robadores de mujeres solteras y casadas". Esta acusación englobaba, en realidad, un amplio abanico de situaciones que iban desde el rapto y la violación hasta las convivencias irregulares -concubinatos-. No siempre es posible determinar en qué ocasiones la unión era voluntaria dado que, muchas veces, las mujeres declaraban haber sido forzadas para no ser acusadas y castigadas, a su vez, por el delito de concubinato. Pero para dar un ejemplo de una situación frecuente mencionaremos el caso de un tal Eusebio González, acusado de robar una mujer en 1802. En su expediente aparece la siguiente declaración de la supuesta damnificada

...que estando al servicio de J. García lo estuvo también E. González después que regresara de Bs. As. de su destierro y con este motivo trabaron amistad ilícita de concubinato en la propia casa y después la persuadió E. González a huirse y lo ejecutó libre y espontáneamente y se fueron juntos, vivieron 2 o 3 meses ya en el monte ya en casa de sus parientes hasta que la declarante fue presa y restituida a casa de su amo 3

Es fácil darse cuenta aquí, que en realidad, ambos concubinos estaban de acuerdo e incluso alguna de las familias los amparaba. El único damnificado era el amo (que es quien realiza la denuncia) que se quedaba sin servicio doméstico, un bien que se juzgaba escaso.

De la misma manera la acusación de no ir a misa ni confesarse, ser hechiceros, jugadores o bebedores apunta a comportamientos desordenados o potencialmente rebeldes. Y es quizá, este temor al descontrol social -que alcanza el punto más alto cuando los bandoleros actúan en conjunto- la cuestión decisiva. Uno de los puntos fuertes de la acusación es el hecho de actuar "acompañándose con otros de su misma condición". Porque era frecuente que los bandoleros cometieran asaltos agrupados en bandas o "cuadrillas" de varios hombres. Estas bandas se constituían para realizar un asalto o una serie de asaltos y luego se disolvían. No constituían agrupaciones estables, ni mucho menos, pero generaban en las autoridades una ansiedad extrema. 

Eran bandoleros, entonces, no aquellos que robaban ganado solamente sino todos los que por alguna razón quedaban fuera del alcance y control de las autoridades. Era una categoría un poco difusa, amplia y generosamente aplicada, que no corresponde a un delito particular sino que reúne y sintetiza todos los rasgos indeseables y amenazadores. Se aplicaba invariablemente a los sectores más desfavorecidos por el orden colonial. No encontramos a ningún miembro de la elite procesado por bandolerismo. En cambio están representados en los expedientes todos los sectores subalternos, incluyendo a españoles y criollos pobres. Algunos bandoleros salían de las filas de los numerosos migrantes que abandonaban sus tierras (especialmente de Catamarca y Santiago del Estero cuyas economías empiezan a declinar) en busca de mejores oportunidades. Muchos eran indígenas que habían perdido su lugar en las comunidades o que habían tenido algún conflicto con su encomendero. Es el caso de un tal indio Joseph de la encomienda de Ignacio De Silva que en 1756 tuvo un entredicho con su amo, a raíz del cual tuvo que huir a los montes. Allí se juntó con una cuadrilla de bandoleros.4 Un sector que "producía" abundantes bandoleros era el de los soldados desertores. Los amotinamientos o las deserciones individuales de los soldados enviados a las fronteras eran moneda corriente en el mundo colonial, especialmente cuando la paga, e incluso, las provisiones tardaban meses, y hasta años, en llegar. 

En general todo prófugo de la justicia por cualquier motivo que fuese (como no poder presentar la papeleta de conchabo o "tener mala amistad con una mujer") terminaba huyendo hacia los montes. Y de ahí a convertirse en bandolero había nada más que un paso.

Porque, fueran peligrosos delincuentes o pobres caídos en desgracia, una vez que se era señalado como bandolero o se huía de la justicia difícilmente se podía volver a una vida normal. A medida que la persecución aumentaba -había partidas de soldados que salían ocasionalmente a perseguir bandoleros- sólo se sobrevivía a fuerza de robos y de violencia. El delito más frecuente era el de asaltar personas desprevenidas en los caminos. Tomaban los caballos y todos los bienes que llevaran incluida la ropa. Los comerciantes solían ser un blanco recurrente, especialmente cuando transportaban sus mercaderías. A un tal Dn. Manuel González le robaron en un camino toda su carga de petacas en la que llevaba "algunos generitos" dejándolo "enteramente perjudicado y pobre". Los religiosos no recibieron un trato preferencial: a un fraile "mercenario" (sic) lo despojaron de la ropa y bastimentos que transportaba. A otro le robaron todo lo comestible que llevaba5. Pero no siempre eran españoles o criollos bien acomodados. También mestizos e indios solían ser asaltados y no era raro que robaran la ropa blanca que las esclavas iban a lavar al río. 

Los objetos robados se repartían entre los salteadores. Luego se vendían o se trocaban por otras cosas con pobladores de la zona. En el caso de los caballos y mulas se llevaban a vender fuera de la jurisdicción. 

A pesar del temor que causaban, las relaciones de los bandoleros con el resto de los sectores sociales del virreinato no siempre tenían un cariz violento. Es cierto que las batidas de soldados terminaban con algún muerto y varios heridos. Pero éstas eran muy ocasionales y a menudo los jueces no contaban con personal a quién encargarle la persecución de los delincuentes. Por otro lado, solía ocurrir que los bandoleros llegaran a arreglos o pactos con los jueces. Prometiendo enmendarse pedían que "se les perdonase lo pasado"6 o entregaban a algún compañero a cambio de quedar libres de algún delito. 

De la misma manera solían moverse con destreza para aprovechar los espacios producidos por la puja de poderes -de larga tradición en las colonias americanas- entre la Iglesia y el Estado. Todos los bandoleros hicieron un uso frecuente de la posibilidad de refugiarse en conventos e iglesias. Como ha señalado Halperín Donghi (1961) las comunidades eclesiásticas solían proteger a personas "de mala vida" en el marco de sus disputas con el poder civil. Tal fue el caso de todas las órdenes que actuaron en Tucumán. Los jesuitas, por ejemplo, nunca entregaban, a los jueces que así lo solicitaban, a quienes se hallaban refugiados en el "sagrado"7. Incluso extendían su protección a personas que, como una mujer indígena, abuela de un reo, buscaba refugio luego de haber colaborado en la fuga de su nieto. Muchos de los expedientes analizados terminan con un cruce de cartas entre el juez de la causa y el juez eclesiástico. El primero mandaba exhortos al segundo pidiendo, no ya que entregara al reo refugiado, sino que permitiera que se le tomara declaración. Invariablemente los eclesiásticos contestaban, como lo hicieron en un caso en 1756, que no consideraban, luego de leer la causa, que hubiera en ella "mas que disques y nadie que afirme delito contra ninguno de los tres refugiados" y pedían que no se los perturbara en su refugio y en "la inocencia que les asiste"8. El agradecimiento por la protección recibida no le impidió, sin embargo, al bandolero Miguel Cruz, salir del "sagrado" llevándose una sotana "prestada"9. 

La posibilidad de maniobra en el entramado del mundo colonial no fue, sin embargo, igual para todos. La condición de indígena resultaba, a todas luces, un cargo agravante. Los bandoleros indígenas fueron perseguidos con más saña y se descargó sobre ellos todo el peso de una justicia cuya aplicación era bastante aleatoria. En el periodo colonial tardío, además, las rebeliones indígenas de Tupac Amaru y de Tupac Catari tuvieron como secuela un alzamiento en Jujuy que fue duramente reprimido. Aunque en Tucumán no hubo ningún incidente los sucesos de Jujuy no dejaron de producir inquietud en los vecinos que decidieron suspender las funciones religiosas para evitar que la "gente del pueblo" tuviera ocasión de alzarse (Páez de la Torre, 1985). Un eco de este temor puede rastrearse en las páginas de los expedientes en los que se juzgaba la actuación de bandoleros indígenas. 

Bibliografía mínima

AGUIRRE, C. y WALKER, C. (comp.) 1990. Bandoleros, abigeos y montoneros. Criminalidad y violencia en el Perú, siglos XVIII-XX, Pasado y Presente, Lima.

GARAVAGLIA, JUAN CARLOS. 1986. "La guerra en el Tucumán colonial: sociedad y economía en un área de frontera (1660-1770)" en Revista Hisla, vol IV Inst. de Estudios Peruanos. Lima. Perú

GUHA, RANAJIT. 1994. Elementary Aspects of Peasant Insurgency in Colonial India, Oxford University Press, Delhi.

HALPERÍN DONGHI, T. 1961 El Río de la Plata al comenzar el siglo XIX, UBA, Fac. de FyL., Bs. As.

HOBSBAWM, ERIC. 1976. Bandidos, Ariel, Barcelona.

JOSEPH, GILBERT. 1990. "On the Trail of Latin American Bandits: a Reexamination of Peasant Resistance", en Latin American Research Review, 24:3.

LIZONDO BORDA, MANUEL. 1949. Documentos coloniales. Relativos a San Miguel de Tucumán y a la gobernación de Tucumán. Siglo XVIII, vol. VI. Introducción y comentarios de... Tucumán.

LOPEZ DE ALBORNOZ, CRISTINA. 1993. "La mano de obra libre: peonaje y conchabo en San Miguel de Tucumán a fines del siglo XVIII" en Población y sociedad, nro. 1, Tucumán.

PAEZ DE LA TORRE, C. 1985. Historia de Tucumán, Plus Ultra, Buenos Aires.

SLATTA, RICHARD. 1980. "Rural Criminality and Social Conflict in Nineteenth-Century Buenos Aires Province", en Hispanic American Historical Review, Duke University Press.

 

NOTAS

1 Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco.
Dirección electrónica : leomuriel@impsat1.com.ar
2 López de Albornoz, C. 1994. Normativas sociolaborales en el Tucumán colonial, 1750-1810, en Documentos de Historia Regional, nro. 1, en prensa.
3 A.H.T. Sección judicial - Crimen. Caja 14, exp. 9 Por ladrón, 9-6-1802.
4 A.H.T. Sección judicial - Crimen. Caja 5, exp. 16 Por ladrones y asesinos, 3-12-1756.
6 A.H.T. Sección judicial - Crimen. Caja 7, exp. 9 Por robo, heridas y salteamientos, 22-10-1767.
7 Según el Diccionario de Autoridades de 1737, la palabra sagrado "Usado como sustantivo, se toma por el lugar que sirve de recurso a los delincuentes, y se ha permitido para su refugio, en donde estan seguros de la Justicia, en los delitos que no exceptua el Derecho", "Metafóricamente significa cualquier recurso o sitio que asegura de algun peligro, aunque no sea lugar sagrado" (Diccionario de Autoridades de la lengua castellana, Real Academia española, edición facsimilar de la de 1737, Ed. Gredos, Madrid, 1963)
8 A.H.T. Sección judicial - Crimen. Caja 5, exp. 16 Por ladrones y asesinos, 3-12-1756.
9 Ibíd.


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