Mapuches, Pampas y mercados coloniales (1)

 

Miguel Angel Palermo2

Durante mucho tiempo, la perspectiva antropológica tradicional consideró a las unidades étnicas como entidades aisladas. Así fue como en la Argentina se sostuvo por décadas una visión sobre los pueblos indígenas pampeano-patagónicos del actual territorio nacional que los encerraba dentro de los límites de la actividad cazadora, del nomadismo y del autoabastecimiento. Autónomos, más allá de las fronteras del espacio controlado por el mundo hispano y posteriormente republicano, se les interpretaba como marginales a los procesos operados por éste, situación extensiva a las parcialidades indígenas del centro-sur de Chile. Las evidentes innovaciones tecnológicas ocurridas entre estas poblaciones durante el período colonial de la mano de la incorporación del ganado de origen europeo -donde se resaltaba fundamentalmente el caso del caballo-, se considera como un fenómeno traducible en términos de consumo: transporte, alimentación, indumentaria, etc., los efectos -en suma- del llamado "complejo ecuestre". El esquema cazador, según esta óptica, reforzada por la práctica de la equitación, habría tenido una fuerza capaz incluso de hacer "retroceder evolutivamente" hacia una existencia nómade, a los araucanos emigrados desde Chile a la pampa argentina en el transcurso de los siglos XVIII y XIX.

Pero en un estudio desprejuiciado de las fuentes nos pone ante una realidad totalmente distinta. Los pueblos en cuestión experimentaron, a partir del siglo XVI, transformaciones en verdad mucho más profundas que, pese a ocurrir sin compulsión hispana -ya que las tribus locales mantenían su independencia y el control de sus respectivos territorios-, sólo pueden entenderse cabalmente en relación con el mundo hispano-criollo colonial.

Un enfoque etnohistórico3 que involucre el período colonial revela que la vasta área que comprende la llanura pampeana, la Patagonia y el centro de Chile se caracteriza antes que nada por su complejidad. 

Esta empieza por la diversidad geográfica, ya que dichas regiones presentan una notable variedad de ambientes4, pero en especial se manifiesta en el mosaico étnico local, de raíces a veces poco claras y que, en virtud de los procesos que luego abordaremos, se convierte frecuentemente en calidoscopio cuyas figuras cambiantes se superponen y mezclan. Grupos étnicamente mixtos, alianzas interétnicas que se arman y se desarman, activa circulación de personas y bienes, constantes intercambios de productos se suceden en intrincada trama, oscurecida por el fenómeno de la "araucanización" o influencia de la etnia araucana o mapuche, que con distinta intensidad, se extiende crecientemente sobre territorio nordpatagónico y pampeano desde al menos el siglo XVII.

Todas estas circunstancias hacen imposible considerar aisladamente entre sí a las etnías indígenas, pese a su diversidad; las características de sus procesos de cambio hacen igualmente inconducente tratarlas aparte de la sociedad colonial, como veremos a continuación.

PANORAMA ETNICO 

Para el siglo XVI -punto de partida de este análisis- dentro del panorama étnico del área nos interesa resaltar la presencia de cinco grandes grupos. Al este de la Cordillera de los Andes, en el sector patagónico comprendido entre el estrecho de Magallanes y el río Chubut, habitaban los tehuelches meridionales o Aonik´enk; sus parientes, los tehuelches septentrionales o Günün a küna (vinculados por una raíz cultural y lingüística común) se extendían desde aproximadamente dicho río hacia la región pampeana, hasta llegar a los dominios de otro grupo étnico, el de los pampas5, inicialmente conocidos como "querandíes" por los primeros contingentes hispanos, y de filiación discutida quizá con nexos chaquenses 6. Al oeste, en la cordillera del Centro y el norte de la actual provincia del Neuquén y la correspondiente vertiente chilena, señoreaban los "pehenches primitivos"7, también de dudosa filiación étnica. 
Todos estos eran pueblos que seguían básicamente un patrón económico de caza y recolección, con desplazamientos estacionales de grupos relativamente pequeños y variaciones zonales en su actividad según los recursos disponibles de fauna y flora. Por ejemplo, entre los pehuenches era notable la importancia de los piñones de araucaria (Araucaria araucana), mientras que en la Pampa crecía la significación de las vainas de algarroba (Prosopis sp.). Entre los pampas del este la pesca tenía una gravitación, ausente en los demás grupos y el venado (Ozotoceros bezoarticus) suplía frecuentemente al guanaco (Lama guanicoe), uno de los principales animales de gran porte cazados por los tehuelches8.

Esto contrastaba notoriamente con lo que ocurría al otro lado de los Andes. Allí, desde el oeste del valle del Aconcagua hasta el archipiélago de Chiloé, se desplegaba un conjunto étnico de homogeneidad quizá más aparente que real, al que englobamos con el rótulo de "araucanos"9 , donde confluían elementos amazónicos, andinos, etc. Su economía era totalmente diferente de la hasta ahora aludida, ya que a las actividades de recolección, caza y pesca se sumaba una agricultura que explotaba gran variedad de productos -fue la máxima extensión austral del cultivo prehispánico sudamericano y la cría de animales como aves de corral y camélidos domésticos (véase Palermo 1986-7)-. Con esta base económica, los sedentarios araucanos presentaban una gran masa demográfica repartida en aldeas independientes: entre medio millón y millón y medio de habitantes según diversas estimaciones (Cooper 1946:694; Ribeiro 1985:365; Rosemblat 1954:102; Steward y Faron 1959:53; Hidalgo Lehuede 1981:239).

El avance hispano en la Araucanía chilena desde 1540 dominó a las parcialidades más septentrionales, pero al Sur del río Bío Bío las tribus permanecieron independientes a pesar de la presencia de enclaves españoles. A partir del siglo XVII partidas araucanas comenzaron a incursionar sobre la región pampeana buscando intercambios de bienes; en el siglo siguiente ya se asiste a la instalación definitiva de tribus de este origen tanto en el noroeste de la Patagonia como en distintas localidades pampeanas. Así se produjo la antes mencionada araucanización que ha de entenderse tanto por estas migraciones como por la difusión de su idioma y otras muchas pautas culturales. Dicho proceso no fue homogéneo y, pese a su singular intensidad, coexistieron hasta el siglo XIX pueblos con diferencias étnicas y culturales bien definidas. La influencia cultural se sintió con distinta fuerza según los grupos, algunos de los cuales -como, por ejemplo los pehuenches de la cordillera- cambiaron incluso totalmente su lengua. 
Tales son, en una síntesis más que escueta, las piezas en juego cuyos movimientos trataremos de seguir durante el período colonial.

BAJO EL SIGNO DEL CONTACTO

Pese a la gran distancia entre las llanuras pampeanas y el área andina, la conexión entre ambas fue más frecuente de lo que a primera vista podría pensarse, situación que seguramente se remonta al período prehispano. Los cazadores pampeanos efectuaban largos recorridos en busca de alimentos siguiendo "pulsos" estacionales determinados por las ofertas en materia de caza y recolección, y si posiblemente en el verano ocurría una mayor concentración de población hacia la pampa húmeda (en el este) por la mayor disponibilidad en esa época de venados y otros recursos, en otros momentos del año aquella se dispersaba y se desplazaba hacia el occidente (ver Casamiquela y Moldes 1980:32 y Palermo 1988:48-9). Gracias a ello, por ejemplo, en 1528 la gente de la expedición española comandada por Sebastián Gaboto tuvo noticias acerca del mundo andino por parte de informantes querandíes (o sea pampas) en las riberas del bajo río Paraná, casi en el otro extremo del país (Ramírez 1908, I:442-457).

Es probable que -fuera de la caza y la recolección- estos recorridos periódicos fueran aprovechadas para actividades de intercambio de bienes con gente de otras sociedades. Así, y quizá pasando por distintos intermediarios, fue seguramente como pudieron llegar hasta lejanos sitios arqueológicos del noroeste argentino valvas de moluscos como el pequeño Urosalpnix de la costa bonaerense (Martínez Soler 1958-59).

Tal vez a cambio de éste y otros bienes obtuvieran manufacturas textiles o metales, y acaso alimentos de origen agrícola. Recordemos al respecto que los cazadores de las llanuras aprovechaban frecuentemente las oportunidades de conseguir granos producidos por sus vecinos como se puede apreciar en grupos de la actual provincia de Buenos Aires: probablemente, el cereal integrase su dieta con mayor asiduidad que la imaginable10.

Pero aparte de estos contactos con los agricultores más próximos del litoral fluvial oriental o, más indirectamente, con los del área andina en el actual noroeste del país -por las vías de Cuyo (en el oeste) o de Santiago del Estero (en el centro argentino)- se haya la evidencia rotunda del intercambio con poblaciones del Chile central. Ya en 1581, Juan de Garay, al llegar a Cabo Corrientes (en la costa de la provincia de Buenos Aires) da cuenta de su encuentro con indígenas y aclara que, pese a vestir mantos de pieles, "hallamos entre estos indios [pampas] alguna ropa de lana muy buena, dicen que la traen de la cordillera de las espaldas de Chile" (Garay 1915:427). Para esta época, la presencia en la Araucanía de indígenas provenientes de la Argentina era moneda corriente. En 1558, Gerónimo de Bibar describía la participación de éstos en ferias de los llanos chilenos (el maíz era uno de los productos que allí adquirían) y desde 1563 los vemos registrados en las crónicas como participantes en ataques contra centros hispanos de esa región. A partir del siglo XVII, los testimonio sobre su presencia en Chile, intercambiando sal, cueros, etc., son abundantes (Bibar 1979; Rosales 1877-78, II:129, 132, 433; Mariño de Lovera 1865:343; Palermo 1988:51-52). 
Los contactos con la Araucanía chilena, por otra parte, probablemente reconozcan antecedentes bastante más antiguos; a ellos quizá pueda atribuirse, por ejemplo, la presencia de una cerámica arqueológica neuquina datable dos mil años antes de nuestra era (Hajduk 1981-2:7) y otros restos alfareros posteriores de tipo araucano que aparecen en la Pampa.

Dentro de la Araucanía, a su vez, el contacto y el intercambio entre las distintas parcialidades era también característico, pese a la existencia de netas divisiones territoriales, con fronteras claras. Como los indígenas de Chile central ocupaban territorios con variaciones ecológicas, complementaban mediante el intercambio -cuando no con largas expediciones para obtener ciertos recursos directamente in situ- la disponibilidad de bienes, superando las tramas de solidaridad más estrechas correspondiente a cada butamapu o "provincia" (literalmente "tierra grande")11
Todo este panorama, de por sí considerablemente dinámico, se verá alterado y revitalizado por una innovación agropecuaria ocurrida apartir de la introducción de especies ganaderas y agrícolas aportadas por los españoles e incorporadas tras una selección autónoma por estos grupos indígenas independientes.


LA INNOVACION AGROPECUARIA

El siglo XVI trae para los indígenas de estas regiones dos grandes novedades: el comienzo de la presencia hispana y el de un proceso de innovación agropecuaria. Ambos trastornaron fuertemente la vida de las tribus y están unidos indisolublemente, ya que esta última se inició a partir de las especies que trajeron los europeos las cuales se añaden y a veces desplazan a las preexistentes en este sector de la América Precolombina, y en otras ocasiones inauguran las experiencias agrícolas y de cría de animales. El desarrollo de estas actividades, por otra parte, y como se anticipó ya, cobrará una dimensión que en muchos casos solo puede explicarse por la presencia hispana, que por un lado es una amenaza para la integridad de estas sociedades y de sus territorios pero al mismo tiempo ofrece un mercado hábido de ciertos productos indígenas.

La innovación agropecuaria no tuvo un desarrollo parejo en todos los grupos de estas regiones: ni en sus ritmos de expansión ni en su intensidad. Esto se debe a diversos factores, entre los que se cuentan los distintos momentos con que se inicia la influencia estable española -adelantada cuarenta años en Chile, desde 1540 respecto de la Pampa, por ejemplo-, el tipo de contacto interétnico y las diferentes economías de los pueblos receptores.

En función de lo temprano de la instalación colonial en Chile, del rápido avance sobre territorios indígenas y de la economía aborigen local que ya practicaba una agricultura muy diversificada así como la cría de animales domésticos, los araucanos resultaron pioneros en la materia. Por encima de una cruenta guerra pronto desatada las novedades traídas por los invasores llegaron a los rancheríos araucanos de la mano de prisioneros indígenas fugados, desertores españoles y cautivos.

En parte, algunas de las nuevas especies disponibles tenían ventajas sobre otras tradicionales en cuanto a rendimiento o adaptabilidad a determinados ambientes. Así, por ejemplo, el caballo, la mula o el burro superaban al antiguo camélido doméstico (del género Lama y especie discutida) en cuanto a capacidad de carga, y la oveja o la cabra permitían más esquilas y eran más resistentes al clima y a las enfermedades que aquél, lo que llevó a su desaparición total en el siglo XVIII (Palermo 1986-87); trigo y cebada posibilitaban el cultivo en lugares relativamente fríos y de suelos más pobres que los que exigía el maíz.

Pero también la propia circunstancia de la guerra contra los europeos aceleró algunas incorporaciones; el caballo era fundamental para enfrentar con ventaja la caballería hispana, y cultivar trigo y cebada (cereales de invierno cosechados en primavera) permitía eludir los saqueos y destrozos de las tropas que por razones climáticas ingresaban en territorio indígena únicamente en el verano (cuando, en cambio, estaba madurando el maíz).

En resumen, digamos que los araucanos chilenos ya tenían una caballería propia y superior a la española para fines del siglo XVI; que en la misma época poseían rebaños de ovejas y cabras más numerosos que los hispanos de la región que criaban cerdos y al menos capturaban vacunos salvajes y que desde mediados del siglo cultivaban trigo y cebada (sin desechar por ello sus tradicionales papas, maíz, frijoles y calabazas), al punto de que en la siguiente centuria este último cereal era (junto con la papa) el principal sustento de los grupos más pobres12 .

Entre las etnias de las regiones argentinas de la Pampa y la Patagonia el proceso es tal vez más notable aún, dada la falta de experiencia prehispánica en materia de cría de animales y agricultura. También se asiste aquí a tempranas innovaciones al respecto, especialmente en el caso del caballo. A partir de la reproducción de los animales abandonados en el campo por los españoles al despoblar el primer establecimiento de Buenos Aires en 1541 (y también, posiblemente, por difusión desde otros centros hispanos en Cuyo y Chile), las llanuras pampeanas fueron pronto hábitat de numerosas caballadas salvajes; en algún momento entre esa fecha y finales del siglo XVI, los indígenas pampas se hicieron no sólo, diestramente ecuestres sino además hipófagos (comedores de caballo). Seguramente el proceso fue contemporáneo en Nordpatagonia, aunque no tenemos evidencia fehaciente hasta 1621; bastante posterior, en cambio, fue la difusión de la equitación en el sur patagónico, donde al parecer los tehuelches meridionales se convirtieron en jinetes sólo en la primera mitad del siglo XVIII.

Los vacunos, de ingreso más tardío en la Pampa (entre 1570 y 1580), eran ya aprovechados a causa de su carne y de su cuero por parte de indígenas pampeanos y nordpatagónicos en las primeras décadas del XVII; en el siglo siguiente se registra el uso moderado de dicha especie entre los tehuelches meridionales de la actual provincia de Santa Cruz.

Los ovinos, a su vez, avanzaron más lentamente y de oeste a este entre los indígenas pampeanos-nordpatagónicos; su difusión -nunca espontánea como ocurrió en parte con caballos y vacas libremente reproducidos en medio silvestre- siguió, al parecer, la influencia araucana en el área, ya que ésta importaba, entre otras cosas, el tejido, antes no practicado localmente. Con este caso tenemos evidencia de la inexactitud de ciertas rutinarias afirmaciones sobre la supuesta limitación de la ganadería indígena a la captura de animales salvajes ("cimarrones") o al robo de reses en las "estancias" (como se denomina en la zona a los grandes establecimientos rurales), ya que a mediados del siglo XVIII las ovejas de los indios eran superiores a las criollas en cuanto al largo del vellón y volumen corporal. Es decir que aquellos habían logrado mejorar o al menos mantener las características somáticas de las ovejas "churras" originariamente traídas desde España dos siglos antes y que habían degenerado notoriamente entre la población colonial; posiblemente entró aquí en juego la antigua experiencia araucana en materia de cría de camélidos, a la que se sumaría la tecnología hispana (Palermo 1986-87).

Los cerdos, en cambio, fueron rechazados por los aborígenes pampeanos y patagónicos, aparentemente con un tabú inicialmente asociado con un suido silvestre (el pecarí de collar, Tajacu tayassu) antes con distribución geográfica que desde el norte del país llegaba hasta el río Negro; sólo encontramos registros de consumo de cerdos entre algún grupo migrante araucano llegado desde Chile a la Pampa en el siglo XIX13
La araucanización trajo consigo no sólo la técnica textil a las tribus locales, sino también la agricultura. Esto hace derrumbar un cliché tan viejo como extendido en la Etnología tradicional argentina, que sostenía que la difusión del llamado "complejo ecuestre" "complejo del caballo" o Horse complex -concepto que en otra oportunidad hemos desaconsejado vivamente (véase Palermo 1986-87) habría hecho que los araucanos llegados a territorio argentino abandonasen el sedentarismo y, con éste, la agricultura. Según tal concepción -en realidad verdadero prejuicio- la posesión de caballos habría producido una especie de fatalismo hacia la vida nómade y la economía cazadora, pero abundantes fuentes nos muestran con claridad que, en cambio, la expansión araucana y su influencia en general, hicieron irrumpir la agricultura en muchos grupos norpatagónicos y pampeanos que no la practicaban.

Curiosamente, los primeros cultivos producidos por estos últimos aborígenes fueron de origen no americano ya en la mitad del siglo XVII los pehuenches visitados por el P. Rosales, seguramente influidos por los araucanos transandinos, sembraban trigo y cebada, que complementaban a la recolección de los nutritivos piñones de araucaria. En el siglo siguiente se suceden los registros de cultivos indígenas en los llanos del oeste pampeano y del sur de las actuales provincias de San Luis y Córdoba donde según fuentes jesuíticas se sembraba algo de trigo, habas y otras plantas, mientras que en 1782 las exploraciones del español Basilio Villarino en la cordillera del centro del Neuquén revelaban proliferación de cultivo de trigo, cebada, habas, arvejas, chícharos, maíz, etc., entre los pobladores de la zona del lago Huechulafquen (araucanos o araucanizados)14.

Sin embargo, debe tenerse en cuenta que el desarrollo de la agricultura era muy desparejo según los grupos; a la abundancia de cultivos recién anotada para la gente descripta por Villarino, se opone, sin ir más lejos, el caso de las cercanas tribus del lago Nahuel Huapi (algo más al sur en la región cordillerana) visitada 10 años después por el P. Menéndez, quien nos explica en sus diarios que si bien consumían quínoa (pseudocereal, Chenopodium quinoa), trigo y maíz, se limitaban arrojar semillas en cercanías de los arroyos, sin cuidar el crecimiento de las plantas ni realizar cosechas sistemáticas (Menéndez 1900:319). En otros casos, como el de los pampas bonaerenses, por ejemplo, se carece totalmente de agricultura en esta época.


LOS EFECTOS MAS EVIDENTES 

Todas estas innovaciones productivas, de introducción, cronológicamente despareja, tuvieron efectos variados según las regiones o subregiones y la etnias involucradas, y no deben apresuradamente casos distintos por la sola concurrencia de alguna de estas novedades.

Por ejemplo, tanto los grupos pampeano-norpatagónicos como los tehuelches meridionales del sur del río Chubut incorporaron animales domésticos de origen europeo; sin embargo, la economía de estos últimos no tuvo grandes alteraciones sustanciales durante el período colonial. La mayor novedad entre ellos fue el caballo, aunque también utilizaron algunos vacunos salvajes, lo hicieron en poca escala e incluso eran aparentemente poco hábiles en el manejo de dichos animales, por otro lado bastante escasos en su territorio15. 
Los tehuelches del sur se hicieron ecuestres, pero básicamente continuaron siendo nómades, dependientes de la caza para su alimentación, ya que no siempre disponían de una cantidad de cabalgaduras suficientes como para montar a todos los miembros de las tribus. Al respecto, se puede observar una disminución de cabalgaduras a medida que se avanza hacia el sur, circunstancia también reflejada en la dieta: si los grupos del sur del valle del Chubut eran hipófagos, las tribus más australes -como las de al zona del golfo de San Julián- no parecían disponer de este alimento cotidianamente, y el consumo de carne de yegua aparece restringido a las ceremonias fúnebres de algunas familias16. Por otra parte, el sacrificio ritual de animales mermaba constantemente las existencias equinas, y junto con la pauta de destrucción de todos los bienes de los difuntos -incluyendo sus caballos-, hacía que la acumulación lograda por un individuo -los caciques eran aparentemente los más ricos en este sentido- se extinguiera con su muerte. Limitados de este modo, en un medio mezquino para la reproducción de animales de este tipo, y necesitados de reabastecimiento periódico, los techuelches meridionales no llegaron a ser ganaderos sino que se conservaron como cazadores que dependían para sus tropillas del abasto proporcionado por las tribus del norte, circunstancia que explica la decreciente cantidad de caballos hacia el sur17. Y aunque los tehuelches participaran en las operaciones de intercambio de bienes, tanto con otras etnias norteñas como con los establecimientos hispano-criollos, su aporte sería fundamentalmente el derivado de la caza -cueros, plumas, mantos de piel- a cambio de cabalgaduras, manufacturas, etc.

Muy distinto es el panorama entre las tribus que se extendían por Norpatagonia y por la Pampa: generalizada práctica de la equitación en traslados y guerra, consumo alimentario de yeguas -la carne preferida-, inclusión del equino en dotes nupciales y diferentes ceremoniales, uso de cueros caballares para confeccionar sogas, lazos, botas, al menos desde comienzos del siglo XVII. Paralelamente, existe un temprano aprovechamiento del vacuno (por su carne y por su cuero, usado para toldos, recipientes, sogas y coletos o armaduras defensivas) y de las lanas (desde los siglos XVII y XVIII, según zonas, como vinos antes, a medida que se extendía la influencia araucana y su tejeduría, impensable sin la disponibilidad de ovinos). 
En conjunto, esto significaba indiscutiblemente un fuerte aporte a la capacidad nutricional de estas poblaciones -complementada con la expansión agrícola en ciertos sectores y con las no abandonadas actividades de caza y recolección-, nuevas posibilidades de transporte y de confección de indumentaria. El ganado permitía, además, la acumulación de riqueza, imposible en una economía sólo cazadora-recolectora como las tradicionales del área Pampa-Norpatagonia.

Sin embargo, sin negar la importancia de todas estas innovaciones, no es esto -según nuestra interpretación- lo que modifica más profundamente a estas sociedades hasta fines del siglo XVIII.


LAS REPERCUSIONES DEL ENTORNO


Del otro lado de las fronteras indias se desarrollaba un aparato colonial signado por el capitalismo mercantil, con intereses y orientaciones diversos según sus distintos centros. En Sudamérica, uno de los polos de desarrollo era el Potosí. El cerro del Potosí, ubicado en el entonces llamado Alto Perú (actual territorio boliviano), en el siglo XVI se reveló a los españoles como una gigantesca mina de plata. Su enorme valor hizo que desde las postrimerías de ese siglo y durante el siguiente, se convirtiera en una metrópoli local; su actividad minera concentró una gran masa de población constituida por indígenas andinos forzados al trabajo, indios libres de distinta procedencia, capataces, funcionarios, comerciantes, etc. Esta nutrida población requería una variedad de productos para la subsistencia y el trabajo: alimentos, vestidos, sebo para iluminar las galerías, correajes y maderas para las labores extractivas, mulas de carga, lana, etc. El ganado y sus derivados figuraban, pues, entre los principales rubros de su demanda, y así fue como hacia allí se destinaba una gran parte del acopio de los comerciantes de las actuales provincias de Córdoba, Santa Fe y parcialmente Buenos Aires (además, por supuesto, de los del noroeste argentino); la confluencia de partidas vaqueadoras18 en busca de animales cimarrones sobre las llanuras, produjo cantidad de pleitos entre gente de dichos centros. Buenos Aires, asimismo, tenía otros mercados, ya que gran cantidad de sus cecinas, sebos y cueros partían -por comercio legal o por contrabando- rumbo al Brasil, las Antillas, etc. 
Por su parte, el Chile colonial creció como satélite económico altoperuano; para satisfacer las necesidades del norte no le bastaba su propia producción agrícola-ganadera, y nuevamente aparecían las llanuras pampeanas con sus abundantes rebaños como una fuente de aprovisionamiento. Pero más allá de que legalmente Chile no podía acceder a esta jurisdicción -posiblemente lo hizo a veces desde Cuyo-, este espacio estaba celosamente controlado -incluso con riguroso secreto sobre pasos cordilleranos y rutas interiores- por las tribus independientes.

Simultáneamente, la producción de distintas zonas coloniales buscaba mercados: vinos y aguardientes, tabaco, yerba mate (Ilex paraguayensis, con la que se prepara una infusión), azúcar, etc. Estaban disponibles junto con mercancías traídas de ultramar por los comerciantes 19
Los indígenas, además de controlar el ámbito de reproducción de ganado silvestre, iban también formando sus rodeos propios mediante la cría, de modo que, de una u otra forma, disponían de miles de reses a las que en tiempos de guerra se añadía el producto de los "malones" (o ataques). Pero también tenían otros bienes: sal -de gran demanda en Chile-, pieles de animales salvajes, plumas, manufactura en cuero o en fibra vegetal y, en especial y crecientemente a medida que avanzaba el siglo XVIII, textiles.

El intercambio hispano-indígena se anudó pronto, aún en circunstancias de tensión fronteriza: los "indios amigos" -como se denominaba a las tribus que mantenían relaciones armónicas con las autoridades coloniales- solían ser los agentes de un intercambio que se hacía imprescindible a contrincantes a veces irreconciliables.

CAMBIOS MAS PROFUNDOS

El ganado, entonces, adquirió para las tribus una dimensión de bien de cambio, mucho más allá de las inmediatas posibilidades de consumo; los abundantes rodeos registrados tantas veces entre ellas, sus grandes arreos, no tienen explicación únicamente en el uso local; con poblaciones relativamente bajas -especialmente en los llanos argentinos-, son señal de su destino en el mercado. Por otra parte, los indígenas, que siempre mantuvieron actividades de caza y recolección, a veces no consumían nada de sus rebaños, alimentándose con guanacos y otros animales, como hemos podido confirmar, por ejemplo, en algunos grupos de las proximidades del río Limay en 179520.

Los primeros pasos de ganado a Chile fueron aparentemente de caballos, que los araucanos necesitaban para la guerra; ya en la primera mitad del siglo XVII se documenta ese tráfico y hacia mediados del mismo el vacuno es también objeto de transacciones. Pronto al destino final de estos animales cambia, y buena parte de ellos no queda entre los araucanos sino que sigue camino hasta las localidades fronterizas chilenas, conducido por intermediarios indígenas. A cambio, llegaban a las toderías pampeanas herramientas, armas, bebidas alcohólicas, granos, ropa, etc. de procedencia tanto criolla como araucana, además de productos de ultramar.

Claro que el aporte indígena al mercado chileno no era solamente ganado; también sal, pieles plumas, talabartería, cerámica, cestos y textiles se ofrecían allí corrientemente. Como señala León Solís (1991), se da aquí un peculiar fenómeno de inversión en los términos del intercambio, ya que muchas veces los indígenas canjeaban manufacturas de su producción por materia primas hispano-criollas.

De este modo, Chile venía a absorber, en parte para consumo propio y en parte para la exportación al norte, buena cantidad de la producción indígena de la Araucanía, La Pampa y Norpatagonia.

Pero también en Buenos Aires los indígenas pampeanos intercambiaban bienes. Por esta vía, a cambio de trabajos en cuero, tejidos, etc. Y a veces también ganado, recibían yerba mate, tabaco y azúcar, llegados al puerto desde el Paraguay; aguardiente y vinos cuyanos y manufacturas europeas.

Este intercambio, desarrollado desde el siglo XVII, alcanza gran envergadura en el XVIIII. No debe, sin embargo, pensarse que en el siglo anterior fuese de poca monta (el P. Rosales habla entonces de 60.000 ponchos anualmente vendidos en la frontera chilena, y los tejidos de tipo araucano circulaban también en esa época por la Pampa21). Pero es en el siglo XVIIII cuando vemos claramente la marcada dependencia respecto del mercado colonial. Es aquí cuando conocemos la existencia de grupos neuquinos que conservan sus ganados para el mercado, sin consumirlos (a lo que aludíamos antes), y cuando se tiene certeza de que algunos productos importados son ya de primera necesidad entre los indígenas. Además del hierro, así ocurre con la yerba y el tabaco22, según el capitán Pedro Andrés García; y con el añil, principal tinte textil para los indios, que se obtenía exclusivamente por importación y llegaba desde Asia. En interpretación de Crivelli Montero (1987), fue la interrupción del intercambio con Buenos Aires por una decisión política del virrey Vértiz, lo que en la década de 1780 provocó una oleada de "malones" como forma de presión para restablecer la situación anterior23.

Este fenómeno generaba una constante circulación de bienes y personas por rutas fijas (las "rastrilladas"24) y complejos procesos de intermediación; los productos solían pasar por varias manos antes de alcanzar su destino final, ocasionando además el funcionamiento de verdaderas ferias indígenas estacionales. La más conocida era la de la zona de los pasos cordilleranos del centro del Neuquén, en el área conocida como "de las Manzanas" por la profusión local de manzanos silvestres, donde a comienzos del otoño austral (marzo) convergían indígenas de distintas etnias: grupos procedentes de la Pampa, con arreos de ganado; la población de la zona, con sus productos agrícolas, ganaderos, de recolección y textiles; tehuelches meridionales con cueros, bolas de piedra para boleadoras, etc.

En este contexto donde, durante el siglo XVIII, cobra cuerpo la figura de los conchabadores, bien descrita por León Solís (1991) para la Araucanía y zonas adyacentes, éstos eran no sólo criollos en buenas relaciones con los indígenas -con quienes no pocas veces estaban unidos por vínculos de parentesco- sino también indios que periódicamente cruzaban las fronteras con los "blancos" y regresaban con mercaderías que luego distribuían entre las tribus. Este fenómeno se puede apreciar en la documentación del siglo XVIII desde los Andes hasta el océano Atlántico.

Es, además, en función de este proceso cuando aparecen en el mundo indígena ciertos polos económicamente especializados. Uno de ellos ha sido señalado por Mandrini (1987); es el que se consolida desde fines del XVIII entre las tribus del sur bonaerense y se dedica exclusivamente a la ganadería en un territorio de excelentes condiciones ecológicas al respecto. Según la interpretación de dicho autor, la ausencia del cultivo en estos grupos (paralela a la difusión de dicha práctica entre las poblaciones indígenas de otras zonas pampeanas) hallaría explicación en la conveniencia de dedicar la mayor parte de las energías productivas a la explotación ganadera basada en la cría de nutridos rodeos de vacunos y caballares25.

En la misma época se manifiesta asimismo otro polo, destacado por León Solís (1991): es el de las tribus pehuenches que, junto con actividades pastoriles, presentaban una creciente especialización mercantil; en estos momentos, una fortísima proporción de los bienes ingresados a territorios indígenas desde las fronteras de Chile habían sido introducidos por mercaderes o conchabadores pehuenches. Esto se explica en parte por su estratégica posición junto a las fronteras chilena y cuyana que, además de facilitarse el intercambio por mera cuestión de proximidad, les dio ventajas en las negociaciones con las autoridades coloniales; a cambio de resguardar la línea fronteriza, éstas les dieron, por ejemplo, el monopolio del comercio de sal con Chile. Muy posiblemente esta situación sea la que dé cuenta de la aparente falta de agricultura entre los pehuenches de comienzos del siglo XIX (De la Cruz 1836a y b), que contrasta con sus prácticas de casi dos siglos antes, cuando -como ya hemos visto- se mostraban como pioneros de la agricultura indígenas en la zona; los cereales de producción propia habrían sido sustituidos en su dieta por los importados de Chile, sobre cuyo consumo hay evidencias (sobre el tema ver también Varela y Biset 1988 y Biset y Varela 1989).

Para la segunda mitad del siglo XVIII, las actividades de intercambio tenían ya tal dimensión que su interrupción provocaba verdaderas crisis en las tribus chilenas. Así como en Buenos Aires, según vimos hace poco, se lanzaron los "malones" del ´80 para presionar a las autoridades a que restablecieran el tráfico, en Chile se vivió una situación análoga: el obispo de Concepción razonaba en 1767 que uno de los medios para conquistar a los rebeldes araucanos "sería negarles todo comercio, sin el cual no pueden subsistir mucho tiempo". Poco después, en ocasión de una ruptura de hostilidades, el gobierno colonial de Chile prohibió totalmente la actividad de los conchabadores. En un parlamento con las autoridades, el cacique Caniulevu (de la parcialidad "llanista") resumió la situación:

Que él en su tierra siempre había dado buen pasaje al español dándolo continuamente a los conchavistas [o conchavadores] un hijo suyo para que los acompañe hasta salir de su tierra, y que ¿cómo habían de vivir los españoles sin ellos ni ellos sin los españoles? (León Solís 1991:44-5). 

Un siglo después, el cacique neuquino Foyel hacía al viajero inglés George Ch. Musters una reflexión similar:

Nuestro contacto con los cristianos en los últimos años nos ha aficionado a la yerba [mate], al azúcar, a la galleta, a la harina y a otras regalías que antes no conocíamos, pero que nos han sido ya casi necesarias. Si hacemos la guerra a los españoles, no tendremos mercado para nuestras pieles, ponchos, plumas, etc. De modo que en nuestro propio interés está mantener con ellos buenos las relaciones ..." (Musters 1964:290-291). 

En otras palabras, la economía indígena se había hecho dependiente del exterior en muchos aspectos, y para reproducirse (tanto en sus aspectos de consumo como incluso de producción: recuérdese el caso de insumos como el añil, hierro y otros) necesitaba mantener sus nexos con la sociedad hispano-criolla. Paralelamente, como vimos páginas antes, esta última necesitaba a su vez, intensamente, el aporte de ganado que los indígenas eran capaces de efectuar; también era importante el suministro de sal y -aunque quizá no tan vitalmente- de textiles y otros rubros artesanales.

De ese modo se formó un único sistema que incorporaba a estos grupos indígenas con la sociedad colonial. Cuña entre dos polos de desarrollo colonial competidores -Chile y Buenos Aires-, aquéllos destinaban buena parte de su producción a dichos mercados y funcionaban como adquirentes de bienes allí ofertados.

No obstante, han de hacerse salvedades dentro de esta generalización. Los tehuelches meridionales, aunque participantes en este sistema, lo hacían de manera marginal. Pese a sus intercambios de bienes con los primeros establecimientos hispanos de la costa patagónica en el siglo XVIIII, y aunque llegaran periódicamente hasta la cordillera neuquina para realizar tratos con los indígenas locales o allí convergentes en ciertas épocas del año, esto no alteró tan profundamente su antiguo patrón económico como en las tribus septentrionales. Eran estas últimas las que controlaban el circuito de intercambio en gran escala con las fronteras, al tiempo que disponían de los terrenos ecológicamente más aptos para la ganadería, en contraste, los tehuelches meridionales quedaron como una suerte de "parientes pobres" del sistema, siempre nómades, con poco equipaje.

ARTICULACION Y FRICCIONES

En la medida en que las sociedades indígena y colonial dependían entre sí para la supervivencia, al menos desde el siglo XVII pasan a constituir un único sistema. No se trataba de un simple fenómeno de contacto más o menos intenso entre las distintas sociedades, con consiguientes y eventuales "aculturaciones", sino que estamos ante una verdadera articulación de sectores diversos.

Pero esta integración distaba de ocurrir en un contexto armónico. Sucedía en el marco de frecuentes hostilidades y competencias. Siguiendo parcialmente a Cardoso (1964, 1968, 1977), digamos que se desarrollaba en una "situación de fricción interétnica". Participantes de un mismo sistema como actores contradictorios, indígenas y criollos competían y se enfrentaban y se hacían mutuamente imprescindibles. Ambos sectores se relacionaban objetivamente en un plano de relativa igualdad dado por la autonomía política y territorial de los indígenas (defendida a sangre y fuego), que es donde radica parte de la originalidad de la situación si se la compara con otros procesos americanos, donde los aborígenes estaban sometidos; ello, sin embargo, no excluía en el plano ideológico el estigma de "salvajismo" constantemente asignado a estos últimos (y correspondido con un generalizado desprecio indígena por la cultura hispana), ni en el plano económico el mayor control de las reglas del mercado fronterizo por parte de los criollos.

Los conflictos armados se sucedían por roces en las fronteras, incursiones en los respectivos territorios, cadenas de represalias y violaciones de tratados (esto último, normalmente por cuenta de los criollos). Durante tiempos de guerra, además, la demanda chilena incitaba a los indígenas pampeanos contra los establecimientos rurales de las llanuras. Al mismo tiempo, la expansión de la ganadería criolla pampeana fomentaba avances sobre territorios indígenas, con las lógicas fricciones siguientes.

La situación era variable según los frentes; en la medida en que durante el siglo XVIII se afianza el flujo mercantil vía Chile, se observa una mayor estabilidad de las relaciones pacíficas -aunque fuera una paz armada- en ese flanco (como bien señala León Solís, 1991), al tiempo que en la fuente principal de abastecimiento ganadero -la región pampeana- se suceden con más frecuencia los conflictos. Obviamente, las necesidades generadas dentro de los espacios económicos de los polos coloniales chileno y porteño o de Buenos Aires presionaban de manera diversa sobre las sociedades tribales.

HACIA UN SISTEMA POLIETNICO DE DIVERSAS MODALIDADES

Este sistema constituido por las sociedades indígenas en cuestión y la sociedad colonial, surgido bajo el signo contradictorio de la fricción interétnica, puede catalogarse -siguiendo a Barth (1976b)- como poliétnico. De por sí, en principio esto no pasaría de ser un rótulo más o menos feliz si no se avanzara sobre lo que dicho autor propone: abordar la diversidad de situaciones que pueden presentarse en este tipo de sistemas. En relación con esto, creemos estar ante dos modalidades simultáneas de sistemas poliétnicos.

Una de ellas es la establecida entre la sociedad colonial y las sociedades indígenas del área, someramente descrita hasta aquí. Restringe su articulación al mercado (más allá del fenómeno de la recurrente utilización de las tolderías como lugar de refugio para perseguidos políticos o de la justicia, especialmente notable en el siglo XIX) y reserva, en cambio, una gran cantidad de áreas de la vida social al ámbito privativo de las distintas etnias. Casos similares ocurridos en otras partes de mundo son citados por Barth (1976b) e Itzikovitz (1976), justamente en ocasiones de integración de etnias donde al menos una de ellas presenta mayor estratificación social y tiene mayor control sobre el mercado, como sucede en este caso.

Pero entre las distintas etnias indígenas del área se desarrolló paralelamente una situación más compleja y abarcativa, ahora entre sociedades con organización muy semejante y sin estratificación; aquí, pese a la efectiva diferencia entre ricos y pobres visible al menos en el XVIII, se trata de sociedades abiertas, de estructura menos rígida, con posibilidades prácticas de ascenso social y una organización política laxa lo que abre el acceso a mayores articulaciones.

A diferencia de lo ocurrido en la articulación sociedades indígenas/sociedad colonial, fundamentalmente ceñida a la actividad de mercado, aquí las esferas de la vida afectadas son también otras. Y, como trataremos de demostrar, en este proceso generoso en paradojas la explicación radicaría en las frecuentes fricciones y enemistades entre las distintas etnias, prolijamente detalladas por León Solís (1982). 

CIRCULACION, CONFLICTO Y ESTRATEGIAS

Las excursiones en busca de ganado -sea a las zonas de rebaños cimarrones, a los centros de intercambio o a las estancias durante los "malones"-, los arreos de animales y el traslado de mercancías -de origen hispano o indígena- significaban, obviamente, una gran y permanente movilidad26.

Estos desplazamientos, es claro, acarreaban las dificultades inmediatas propias de largos viajes con cargas y/o animales, a través de cientos de kilómetros recorridos a caballo. Pero fundamentalmente entrañaban para sus actores -muchas veces grupos llamativamente poco numerosos, de diez personas o menos- otros riesgos mayores, ya que el área considerada no se caracterizaba justamente por una siempre cordial vinculación entre distintas etnias que la habitaban27: fuertes enemistades solían oponerlas, y competían por espacio y recursos. De manera que los conchabadores o los arrieros indígenas podían enfrentar desde la simple prohibición de paso o de acceso transitorio a pasturas y aguadas -vitales en estos viajes- hasta los ataques y los robos, puesto que existía una organización de tipo supraétnico que moderara los conflictos y controlara el tráfico y su seguridad. Se imponían, entonces, otras estrategias para contrarrestar esta situación y para permitir, al mismo tiempo, la distribución de bienes que -como hemos visto- era vital para todos.

Una de ellas, creemos, fue el matrimonio interétnico, un fenómeno casi tan frecuente en el área como poco tenido en cuenta por los investigadores28.

El matrimonio interétnico, que seguramente reconoce antecedentes prehispánico -se le registra muy tempranamente, en el siglo XVII (véase, por ejemplo, Casamiquela 1969)- admite varias lecturas. La primera, por supuesto, contiene la explicación más sencilla: la circulación de individuos por distintos territorios favorecía el contacto entre personas de ambos sexos y entre familias, y daba ocasión a casamientos. Otra faceta del asunto que también podría indagarse es la de los mecanismos de equilibrio demográfico, sin duda presentes, que esta práctica entrañaba.

Pero aquí queremos resaltar otro aspecto (no excluyente ni contradictorio con los otros) y es que el lazo matrimonial significaba aliados en otros grupos étnicos que, obligados por la solidaridad del parentesco, prestaban apoyo y protección, favorecían contactos con determinadas zonas, etc., a quien se ocupaba de la circulación de bienes. En sentido más amplio, este mecanismo servía de igual modo para las alianzas de tipo político entre jefes de distintas tribus o parcialidades.

A veces, en un mismo individuo podían converger, por vía del parentesco, varias líneas étnicas. En 1750, por ejemplo, el cacique "Bravo" o Cacapol, tehuelche septentrional "serrano" (de las sierras del sur de la actual provincia de Buenos Aires), tenía por pariente, "deudo muy cercano" al cacique Ayalep, jefe de un grupo picunche o pampa de los llanos de Córdoba y el sur de Cuyo; poco después se tiene noticias de sus planes matrimoniales con una mujer tehuelche meridional de una tribu de la zona del golfo de San Julián (actual provincia de Santa Cruz). Otro buen ejemplo es el del cacique "Negro" o Chanel, del río Colorado, que hacia 1780 tenía una esposa "auca" (denominación dada a grupos araucanos o araucanizados) y un primo cacique en el golfo de San Julián, territorio tehuelche meridional. En 1783, el cacique tehuelche septentrional Chulilaquin -de una casi verdadera ubicuidad entre al costa patagónica y la cordillera sur neuquina- tenía un yerno emparentado con los aucas del lago Huechulafquen, y diez años después se los registra con una esposa araucana (Sánchez Labrador 1936:132; Barne 1837:24-25; Nacuzzi 1989; Viedma 1837; Villarino 1837/9:V y 1837b:104; Menéndez 1900:424).

Lo más interesante de estos casos es que estos vínculos familiares se tendían por sobre fuertes enemistades étnicas: Chanel estaba frecuentemente en guerra con los aucas, aunque gracias a su matrimonio con mujer de ese origen encontró ocasional refugio entre éstos; la gente del lago Huechulafquen sostenía hostilidades de larga data con Chulilaquin y los suyos, a quienes consideraban como indeseables merodeadores a los que debía expulsar.

Sin embargo, los lazos personales así tendidos permitían obtener información, mediación de conflictos, etc., como largamente señalaba en sus diarios de exploración el piloto Basilio Villarino en 1783, a propósito de las relaciones entre aucas y pehuenches neuquinos: "aunque están contrarios tienen parientes casados unas naciones entre otras, y éstos son los que les dan los avisos" de planes bélicos y demás intenciones de las distintas tribus (Villarino 1837b:104). Casos similares se multiplican en el siglo XIX, pero ahora nos detendremos aquí.

Por otro lado, y vinculadas en parte con la realización de estas uniones matrimoniales interétnicas, se producían con bastante frecuencia las "rotaciones" o "pasajes de personal": individuos sueltos o grupos familiares podían abandonar sus tribus de origen e instalarse con otras, a la sombra de otros caciques, en razón de conveniencias particulares de variada índole. Y este paso no respetaba necesariamente las barreras étnicas, como puede verse, por ejemplo, en los testimonios de Barne (1837) en el siglo XVIIII (tehuelches meridionales de la zona del golfo de San Julián agregados a tribus de "serranos" bonaerenses) y en las declaraciones de ex cautivos a las autoridades coloniales en la misma época (Cabildo de Buenos Aires 1752), que se repiten poco después en los diarios del minucioso viajero De la Cruz (1836b).

Hechos como estos no resultan tan sorprendentes si se tiene en cuenta las características de la organización política de los indígenas del área pampeano-norpatagónica, de jefaturas típicamente laxas. Como en 1770 señalaba acerca de los pampas y aucas el capitán Juan Antonio Hernández "No tienen subordinación a sus caciques, pues cuando quieren dejan a uno y van a vivir con otro". (Hernández 1836:60). Los caciques carecían de verdadero poder sobre sus gentes: su autoridad debía ser ratificada constantemente mediante sus dotes personales para garantizar al grupo la reproducción social, y con su habilidad política, para la cual era fundamental -entre otras cosas- la oratoria (véase el tratamiento del tema en Bechis 1989), en caso contrario experimentaba tarde o temprano el desgranamiento de su tribu, cuyas familias buscaban ubicación con jefes más promisorios. En este aspecto, además, coincidían las tribus araucanas y las de raigambre cazadora, aborígenes de territorio argentino, pese a la diversidad cultural en otros asuntos.

Así vemos cómo matrimonios mixtos y "rotaciones de personal" iban tendiendo lazos de integración étnica.

Un paso más avanzado al respecto es la formación de grupos étnicamente mixtos. Su forma más elemental fue la asociación temporaria de partidas o tribus de gente de distinta raíz étnica para un fin determinado: guerra, arreo de ganado, etc, situación frecuentemente reflejada por las fuertes del siglo XVIIII. Pero en una segunda instancia algunas de estas asociaciones tendían a hacerse estables bajo la forma de confederaciones como la de los pampas bonaerenses con algunos caciques "serranos" de habla y vestimenta araucana (no consta si eran araucanos procedentes de Chile o grupos araucanizados) en 1745, o la de los pampas del oeste o picunches con dos tribus araucanas instaladas en sus territorios hacia 1750. También encontramos algunos casos peculiares de grupos mixtos: en 1779 se registran declaraciones de ex cautivos entre los indios que dan cuenta de la existencia de una toldería ranquel29 -aucas en las Salinas del centro pampeano; el grupo reconocía como "primer cacique" al jefe auca Cachegua, pero en tiempo de guerra o expediciones tenía como cabeza al ranquel Linco Pagni, presumiblemente por sus condiciones de "baqueano", es decir conocedor de la zona y sus fronteras con los criollos, ya que los ranqueles tenían mayor antigüedad local que los aucas llegados posteriormente desde el oeste, posiblemente de Chile (véase todos estos casos mencionados en el testimonio del P. Joaquín Camaño, cit. Clark 1937:114; en Nusdorfer 1936 -nota-; en Sánchez Labrador 1936:200 -nota- y en Vértiz 1780).

Las asociaciones tribales temporarias y las fusiones más o menos definitivas, sumadas a los matrimonios interétnicos y a las "rotaciones de personal", produjeron sin duda transformaciones socioculturales cuyo detalle está aún por hacerse. El avance de la arqueología -además de la pesquisa en las fuentes- seguramente aportará información valiosa30. Por el momento, tal vez uno de los indicadores más inmediatos sea el lingüístico, a través de la evidencia acerca del manejo de distintas lenguas en un mismo grupo, que aparece y va in crescendo en el siglo XVII y adquiere máximo vigor en el XIX, con casos de individuos que hablaban hasta cuatro lenguas -incluido el castellano-, como el referido para la zona de Carmen de Patagones (norte de la costa patagónica) por D´Orbigny (1829) o las tribus trilingües -tehuelche meridional y septentrional, y araucano- registradas por el viajero Cox en 1863, en el Neuquén (D´Orbigny 1945, II:689; Cox 1863).

Enancada en estos mecanismos de interacción étnica antes apuntados, avanzó la araucanización hacia el este de los Andes, al menos desde el siglo XVII. De manera unánime, los investigadores aceptan la existencia de esta araucanización, pero se desconocen los matices del fenómeno que -como bien señala Orquera (1981:XLIX)- se extendió por encima de antiguas divisiones étnicas pero no homogeneizó la complejidad preexistente.

Por nuestra parte, proponemos que fueron dichas prácticas de asociaciones temporarias, fusiones tribales, rotaciones de personal y matrimonios interétnicos las únicas que pueden explicar la mecánica de la penetración cultural araucana (más allá, obviamente, de la instalación de contingentes llegados desde Chile), ya que no hubo aquí acciones de conquista ni de imposición de pautas.

Recapitulando, en nuestra interpretación se desprende, pues, que las sociedades indígenas pampeano-patagónicas y centrochilenas constituyeron en el siglo XVIII -aunque con gestación iniciada un siglo antes- un sistema poliétnico y policéntrico con la sociedad colonial de los polos de desarrollo chileno y porteño o bonaerense. Ello ocurrió en un marco de mutua autonomía política (de las unidades indígenas entre sí y respecto del aparato colonial) y en un contexto de situación de fricción interétnica, cuya tensión se agudizaba o se atenuaba fluctuantemente siguiendo el ritmo de las circunstancias históricas.

Entre las sociedades indígenas e hispano-criolla, la articulación del sistema se ciñó fundamentalmente al mercado, su ámbito de confluencia por excelencia. Allí convergía gran parte de la producción indígena, ex profeso destinada, fenómeno simultáneo con una creciente dependencia hacia ese mercado para el aprovisionamiento de bienes (materias primas y manufacturas) provenientes de distantes áreas coloniales o de ultramar.

Dentro del mundo indígena, la articulación del sistema tuvo aun mayores alcances y comprendió distintas esferas de la vida social. En lo económico, la constante circulación de bienes complementó las producciones sectoriales, desembocándose hacia finales del siglo XVIII -como vimos- en la formación de polos de especializaciones. Bienes de producción indígenas o importados se distribuían periódicamente, alcanzando los distintos puntos del sistema, dentro del cual no había grupos autosuficientes (con las salvedades expuestas acerca de los tehuelches meridionales). Pero la integración avanzaba más allá, por vía de alianzas que involucraban a individuos, familias o grupos enteros, neutralizando en parte los enfrentamientos entre las diferentes etnias y permitiendo a su vez la circulación de personas y bienes por territorios de distinta pertenencia 31.

Toda la innovación productiva indígena relacionada con la ganadería y otras tecnologías, y las transformaciones sociales vinculadas con aquélla, se desarrollaron fundamentalmente al calor de dicha interdependencia. Esta, no obstante, reconocía gradaciones: en el caso de los tehuelches meridionales era mucho menos marcada y ello se correspondía con una alteración mucho menor de los patrones tradicionales económicos y sociales. Entre los grupos del norte, en cambio, la integración y la interdependencia, así como las transformaciones sociales, son mucho más netas.

Las sociedades indígenas quedaron situadas entre las órbitas de influencia de los dos polos coloniales antes mencionados, Chile -satélite económico del Alto Perú- y Buenos Aires, los cuales tenían intereses parcialmente divergentes; de algún modo, las primeras aportaron para su reproducción con nuevas pautas, a las contradicciones entre estos últimos. Pero si bien ambos gravitaron en la existencia de las tribus, en última instancia el polo occidental pesó más fundamentalmente: los procesos altoperuanos y sus demandas fueron decisivos -vía Chile- en el desarrollo de las sociedades indígenas, así fuertemente ligadas al mundo andino.

MAPA 1

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1988 MS. El sitio arqueológico de Caepe-Malal. Un aporte al conocimiento de la historia indígena del noroeste neuquino en el siglo XVIII. Presentado en las Primeras Jornadas Inter-escuelas departamentos de Historia (Universidad Nacional de La Plata, 1988).

Vértiz, Juan José de
1780 Carta, 1780 octubre 24, a José Gálvez, adjuntando testimonio del expediente obrado en el Superior Gobierno de Buenos Aires, sobre haberse denegado las paces a los indios aucaces. Archivo General de Indias. Buenos Aires, Leg. 60 Copia Museo Etnográfico de Buenos Aires (U.B.A.)

Viedma, Antonio de
1837 Diario de un viage a la costa de Patagonia para reconocer los puntos en donde establecer poblaciones. En De Angelis op.cit, 6.

Villarino, Basilio
1937a Diario de la navegación emprendida en 1781, desde el río Negro, para reconocer la Bahía de Todos los Santos, las islas del Buen Suceso y el desagüe del río Colorado. En De Angelis op. cit. 6.

1837b Diario del piloto de la Real Armada D..., del reconocimiento que hizo del Río Negro, en la costa oriental de Patagonia, el año de 1782. En: De Angelis op. cit. 6. 

NOTAS

1 Una primera versión de este artículo con el título de "La Compleja interacción hispano-indígena del sur argentino y chileno durante el Período Colonial" fue publicado en 1991 en América Indígena 1:153-192.

2 Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires.

3 Considerada aquí la Etnohistoria como una lectura antropológica de las fuentes históricas y no como una historia especial de los indígenas, en el sentido de que los procesos históricos concernientes a ellos no pueden aislarse del resto de los procesos contemporáneos. Ver Santamaría 1985
4 La Pampa, vasta región de llanura herbácea de más de medio millón de kilómetros cuadrados, involucra dos grandes subregiones -la Pampa Húmeda y la Pampa Seca, al oriente y al occidente respectivamente- con diferentes regímenes pluviales y consecuentemente diversas condiciones ambientales: si en la primera hay relativa abundancia de recursos de agua y lagunas temporarias o permanentes que facilitan la instalación humana, en la segunda ésta se ve restringida por la aridez imperante y se limitaba antiguamente a los alrededores de oasis próximos a algunas lagunas, aguas surgentes o pozos excavados por el hombre.

La Patagonia abarca todo el resto del sur argentino, con una superficie aún mayor que la pampeana, y presenta en su mayor parte ambientes de estepa con grandes extensiones sin agua; en su porción occidental, en cambio, hacia la cordillera de los Andes, aparecen fértiles valles y densos bosques.

La araucanía chilena, entre los ríos Bío Bío y el archipiélago de Chiloé, es una estrecha franja con múltiples microambientes según la mayor cercanía de la costa del Pacífico o de los Andes; presenta en general valles fértiles bien irrigados naturalmente, generosas lluvias y vasto sectores cubiertos por la llamada "Selva Valdiviana", espeso bosque de especies de gran porte. 
5 En sentido estricto; no debe confundirse con posteriores denominaciones genéricas para los indígenas habitantes de las llanuras argentinas, ni con los tehuelches septentrionales o Günün a küna, a veces así nombrados.

6 El Chaco es una vasta región comprendida entre el nordeste argentino, el oeste paraguayo y el oriente boliviano.

7 Denominación utilizada por Rodolfo Casamiquela y otros autores para distinguirlos de sus descendientes del siglo XVIII, araucanizados.

8 Al trazar este esquemático panorama seguimos globalmente a Casamiquela (1965, 1969) aunque modificando su planteo a la luz de sus propias rectificaciones presentadas en el Primer Congreso Internacional de Etnohistoria (Buenos Aires 1989) en el sentido de no asignar filiación tehuelche septentrional a los querandíes.

9 El uso de este término es, por supuesto, discutible: en primer lugar por su origen español y en segundo por corresponder, en todo caso, a las parcialidades costeras del Arauco. Sin embargo, lo adoptamos -con la salvedad de que con él comprendemos al conjunto de parcialidades con un idioma común, el mapudúngum, en sus versiones dialectales- por razones prácticas y porque, en última instancia, el modernamente generalizado "mapuche" correspondía originariamente sólo a un grupo y hoy en realidad designa a todo indígena u "hombre de la tierra" o "paisano", sin precisión étnica, de modo que es tan objetable como el tradicional "araucano" de la literatura antropológica.

10 El 12 de diciembre de 1537, por ejemplo, se vendió en el precario y temporario primer establecimiento de Buenos Aires el "quinto" correspondiente al Rey de un botín de guerra tomado por los españoles a un grupo querandí : junto con mantos de piel, cueros de "nutria" (Myocastor coipus), de venado (Ozotoserus bezoarticus) y de yaguareté (Felis onca), pescado salado, caracoles, redes de pesca y otros efectos, figuraban "2 hánegas de maíz". Es decir que se habían tomado a los indígenas al menos 10 fanegas de ese cereal, presumiblemente conseguido por intercambio con pueblos vecinos (Aguirre 1937-8, I:46 -nota-).

En 1572, Barco Centenera describe en su peculiar crónica versificada el ingreso de la hueste de Ortiz de Zárate por el río Paraná : "llegamos a una gente cherendiana [...]. Después mucho maíz en abundancia / Trajeron por gozar de la ganancia" (Barco Centenera 1836:125).

Y ya en el período temprano del definitivo establecimiento de Buenos Aires, en 1611 el jesuita Juan Romero explica cómo los indígenas de la región próxima venían eventualmente a los alrededores de la ciudad para hacer algunos trabajos "por el interés del retorno de trigo y lana"; de manera semejante, un año después Fray Sebastián Lozano relata la participación de indios locales en la siega "porque llevan trigo que comer" ("Perimiento del Capitán ..."1915:318,337). 
11 Nuñez de Pineda y Bascuñán, por ejemplo, da evidencia de esto en las primeras décadas del siglo XVII (Nuñez de Pineda y Bascuñán 1863:319, 329. Véase también la nota de Fonck en Menéndez 1900:177).

12 Para detalles sobre este tema ver nuestro trabajo de 1988, donde se enumeran las fuentes correspondientes.

13 Idem; véase allí también información sobre las aves de corral y la discusión acerca de los perros indígenas.

14 Sobre la difusión de la agricultura en estas regiones, ver el trabajo de Mandrini (1986) y el ya citado de Palermo (1988)
15 El contraste con la pericia en el manejo del ganado vacuno que se desarrollaba entre indígenas más septentrionales se ve en un caso descrito por Viedma, cuando en 1781 y en la zona del golfo de San Julián (actual provincia de Santa Cruz), el cacique Julián Gordo le dijo "que a 3 días de camino de este establecimiento [español en el golfo] había visto ganado vacuno, y que dos toros salían a la gente, por lo que no habían podido matar ninguna res. Que en caso que los hallase me daría aviso con su hermano para que enviando gente con fusiles y matando los toros, se condujese al establecimiento todo el ganado" (Viedma 1837:44).

16 Viedma 1837:65,77.

17 Decía Antonio de Viedma, que conoció a los diferentes grupos tehuelche meridionales en sus expediciones y establecimientos del litoral patagónico entre 1780 y 1783, que "aunque las yeguas [de los indios] paren todos lo años, con todo, como dejan pocas, no hay suficientes caballos para surtirlos, si no fuera por que los indios pampas de Buenos Aires les cambian [animales] por los cueros que les llevan cuando bajan al Río Negro, de que resulta tener los de [el golfo de] San Julián menos ganado de éste que los del golfo de San Jorge y Santa Elena [aproximadamente a 44° latitud sur] porque no pueden bajar al Río Negro con la continuación que éstos." (Viedma 1837:78)
18 "Vaquerías" se denominaban localmente las expediciones criollas de caza de ganado salvaje, arreado o muerto en el campo para extraerle los cueros, la grasa y -no siempre- parte de la carne.

19 Sobre el sistema de la economía colonial sudamericana hemos seguido a Assadourian 1982a y b, y a Cardoso y Pérez Brignoli 1984.

20 Gutiérrez de la Concha 1795.

21 Ver, por ejemplo, los datos de 1680, en Herrera (1689), aunque -por supuesto- hay información de cien años antes en el ya citado registro de Juan de Garay (fundador del segundo establecimiento de Buenos Aires).

22 La yerba mate (cuyo uso es de origen guaraní, etnia del sur de Brasil y Paraguay y nordeste argentino), era consumida por indígenas pampeanos al menos desde 1619, cuando se registra para los grupos de los caciques bonaerenses Bagual y Tubichaminí, dato que ha de interpretarse forzosamente como señales de intercambio, ya que dicha planta es propia de regiones más septentrionales e inexistente localmente. La procedencia de este producto es aquí seguramente hispana, ya que para ese entonces el consumo estaba ampliamente difundido entre la población criolla de Buenos Aires y otras regiones, que la traía desde el Paraguay.

23 Sobre este intercambio económico, ver León Solís 1991, Mandrini 1985 y 1987, Palermo 1988 y Crivelli Montero 1987.

24 El constante paso de los jinetes indígenas con sus arreos de animales marcaba claramente sus caminos, y las huellas dejadas por el arrastre de sus largas lanzas trazaban surcos como de rastrillo que fueron el origen de la denominación criolla para estas vías.

25 Hacia 1747, posiblemente este polo de especialización ya se estaba gestando. Ese año, el Cabildo Eclesiástico de Buenos Aires decía que "así los pampas como los serranos de las naciones que comunican con esta ciudad, tienen fundadas grandes fincas con las carnes y pieles de dichos animales [equinos], suministrándoselas por modo de vituallas y víveres a las naciones de Aucaes de tierra adentro, que sumamente las necesitan, con quienes cambias por ponchos y mantas de sus fábricas, que traen después a vender a esta ciudad, y es los más apreciable y de mayor entidad de su comercio" (Cabrera 1934:37). Donde vemos, además, cómo con una especialización productiva centrada en el ganado, estos grupos obtenían bienes de cambio que a su vez les servía para el intercambio con los criollos (por productos que, de retorno, iban para nuevas transacciones "tierra adentro").

26 En la literatura antropológica, esta situación fue confundida frecuentemente con el nomadismo, al que es en realidad ajena. Aquí seguramente han pesado prejuicios ideológicos: nunca se interpretaron como tal, por ejemplo, los largos recorridos de españoles o criollos por explotación, comercio o búsqueda de ganado; sin embargo, es usual que así se los haya hecho cuando los actores eran indígenas, pese a que muchas veces las fuentes expresen claramente que estos desplazamientos eran obra de hombres solos no de tribus enteras. En última instancia se trata de una identificación burdamente evolucionista: "salvaje" nómade.

Claro está, por otra parte, que dada la complejidad social de estas áreas existía una amplia gama en materia de sedentarismo o desplazamientos. Los tehuelches meridionales eran auténticos nómades y algunas parcialidades de tehuelches septentrionales hacían migraciones anuales para abastecerse de caballos en el este bonaerense y después regresaban a sus territorios de "tierra adentro" (Falkner 1836:43; Morris s/f: 61-62). Los pampas de las sierras del sur de Buenos Aires hacían en el siglo XIX una transhumancia estacional buscando pastos para sus ganados, moviéndose regularmente entre las faldas y el piedemonte (García 1836:112; Mandrini 1987). Los pehuenches cordilleranos del Neuquén también se desplazaban periódicamente por los valles de sus territorios tribales para aprovechar las pasturas y también incursionaban hasta las campañas de Buenos Aires para conseguir animales (Casamiquela 1969:105-109). Pero otras poblaciones araucanas o araucanizadas de los siglos XVIII y XIX tenían asentamientos estables, lo que no excluía las expediciones de largo alcance por distintos motivos. En las tribus del lado chileno la estabilidad de los asentamientos era evidente con sólo ver el tipo de viviendas, de grandes postes y buen tamaño; en las ubicadas sobre actual suelo argentino los toldos eran de grandes dimensiones y solían tener "enramadas" o aleros de ramas (tipo de habitación que en algunos grupos cordilleranos cedía lugar a casas de madera y paja), mientras que el relativamente abundante mobiliario, los corrales y las sementeras nos muestran un estilo de vida sedentario (véase ejemplos -entre muchos otros- en Villarino 1837a y b, Mansilla 1980 y Musters 1964).

Las descripciones que proporcionan las fuentes de los siglos XVIII y XIX dan para el norte de Patagonia y para la Pampa un panorama de población relativamente dispersa pero considerablemente uniforme, con variaciones en densidad según las características ambientales (particularmente la oferta de agua potable) y grupos que oscilan entre la treintena de personas y más de un millar, con una red de caminos principales y secundarios que unían las distintas tolderías. Para estos temas, véanse los trabajos de -Mandrini (1985, 1986, 1987); otros aspectos vinculados con la movilidad de los grupos, en Palermo 1986.

27 Entre muchas otras fuentes, véase por ejemplo el panorama que plantea, a comienzos del siglo XIX, Luis de la Cruz (1836a y b) o la caracterización que hace León Solís (1982). 

28 Con excepción de Casamiquela, que en distintos trabajos siguió las genealogías de varios individuos, Nardi (1981/2:11-24) fue quizá el primero en llamar la atención sobre el asunto.

29 Ranquel=ranquelche=ranküllche, literalmente, "gente de los carrizales" o "de las totoras". Conjunto de tribus de origen étnicamente no aclarado; de antigua raíz cazadora prearaucana, son posiblemente un desprendimiento de la etnia pehuenche con la cual, sin embargo, tenían fuerte enemistad. Experimentaron una marcada araucanización en todos los aspectos de su vida social.

30 Rafael Goñi (1986-87), por ejemplo, señala la existencia de diversas tipologías líticas en determinados sitios arqueológicos tardíos del Neuquén.

31 En el siglo XIX estos mecanismos se mantendrán, pero surgirá una tendencia hacia una mayor centralización política de control del intercambio y de las vías de circulación bajo la forma de algunas grandes confederaciones, tema abordado por Mandrini (1985), quien actualmente prosigue esta línea de investigación.


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